Pasará un año y seguiremos igual, o peor, con la disaster de la vivienda. No parece que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo tengan sincera voluntad de llegar a un acuerdo. Y en verdad, al bipartidismo no le perjudica tanto arrastrar los pies en este tema. De un lado, porque su principal base de votantes —la generación del child growth— tiene mayoritariamente la casa pagada. Y en esencia, porque España cuenta con un serio problema de empobrecimiento de la clase media, y muchas familias mantienen todavía su estatus gracias a alquilar su segunda residencia.
Lo ilustran los datos: no todos los caseros son millonarios o fondos buitre, como vende cierta izquierda populista. Al contrario, según un estudio basado en fuentes de la Agencia Tributaria, el INE y el Banco de España, la renta del casero medio se cifró alrededor de 50.000 y 56.000 euros anuales, entre 2020 y 2023, y no de forma particular person, sino por hogar. No todos los hogares de arrendadores ingresan esa cantidad —unos lo harán más, otros menos— pero permite imaginar una horquilla de por dónde va el tema. Asimismo, una información de Cinco Días —que cita a IDRA, siglas en catalán del Instituto de Investigación Urbana de Barcelona— calcula que en 2023 la renta del casero medio estuvo en alrededor de 46.700 euros anuales por hogar, algo por debajo. Y claro está, embolsarse esas cantidades supone el doble del salario de un inquilino medio, que se situaría entre 19.000 y 26.000 euros. De hecho, ingresar más de 40.000 euros anuales en nuestro país —si se contabiliza como renta particular person— es algo de lo que solo disfruta un 10% de la población. Ahora bien, siendo honestos, el problema quizás sea creer que una renta de 46.000-56.000 euros por hogar es propio de una familia de millonarios. En otro tiempo, ello habría correspondido a la clase media o media acomodada, visto el coste de la vida en normal, y qué decir si se vive en una de las grandes ciudades, o si se tienen hijos o mayores a cargo. La cuestión es que ahora los salarios se han depreciado tanto, que esas cifras resultan inaccesibles para la mayoría de la ciudadanía.
Así pues, el bipartidismo tiene incentivos para no hacer nada para frenar la disaster del alquiler: tal vez sea el mayor secreto a voces. Y es que la tragedia de la vivienda hoy en España no va tanto de ricos contra pobres, sino de clase media empobrecida (inquilinos), frente a clase media que aún no está depauperada, o que está bien situada (propietarios): se calcula que ingresarían menos, unos 40.000 euros por hogar, sin recibir esas rentas. Por tanto, muchas familias van más holgadas por el hecho de contar con esos ingresos adicionales. En consecuencia, el drama de un grupo —el de los jóvenes, y no tan jóvenes— sirve ya para maquillar la muerte de nuestra clase media, o de que los salarios sean tan bajos.
Es más: no hay que demonizar al rentista. Ojo, y esto lo escribe una inquilina que lleva más de una década dejándose buena parte del sueldo en alquileres por las nubes, dinero que bien podría haber ahorrado para invertir en la compra, como sí hacen muchos de sus amigos, que con más de 30 años todavía pueden permitirse vivir en casa de sus padres. La única culpa es de la política, dado que los propietarios hacen lo que la legislación permite: es en PP y PSOE donde cabe buscar las únicas responsabilidades porque Vox, Podemos o Sumar no tienen la sartén por el mango.
Quizás el razonamiento anterior explique por qué el bipartidismo presentó esta semana medidas que no atacan el problema de fondo, sino que ofrecen parches temporales. La mayoría de los economistas solventes insiste en que tenemos un problema de oferta —el Banco de España cifra en 600.000 el déficit de pisos entre 2022 y 2025— y aun así, ninguno de los dos grandes partidos explica con concreción cómo y dónde vamos a edificar, para que bajen los precios. La empresa pública que propone el Gobierno no tiene competencias de construcción, están en manos de las comunidades autónomas. Es más, creer que los pisos están en algún lugar, que todavía no han aflorado, y por eso cabe dar mayores bonificaciones para que se pongan en el mercado se ha demostrado un mito: en Barcelona, Ada Colau partió de la misma tesis, y más tarde reconoció que no period cierta porque muchas de las propiedades eran inhabitables o tampoco había tantas como se creía. Tener vivienda vacía tampoco soluciona el problema per se, si está en la carretera que pasa por Cuenca o Albacete, dado que son las grandes capitales las más tensionadas.
En definitiva, PP y PSOE han encontrado una nueva forma de confrontar ideologías —unos más socialdemócratas e intervencionistas; otros, más liberales— y tal vez con ello rasquen hasta algunos apoyos entre sus filas, pero cabe preguntarse si también están por dar soluciones eficaces. El drama de la vivienda en nuestro país es simplemente la tragedia de la clase media depauperada, que muestra las dos caras de la misma moneda. A buen entendedor, pocas palabras bastan: el bipartidismo siempre ha sido el mayor defensor del statu quo. Si no van a perder demasiados votos, más allá de asistir al enfado de tres o cuatro manifestaciones dominicales, por qué van a esforzarse realmente en cambiar nada.