Quien conoce la historia de la Iglesia, del papado y sus oscurantismos de la Edad Media, con las hogueras de la Inquisición, y quien recuerda la persecución y las condenas de muerte de los grandes genios de la ciencia como Savonarola, Copérnico o Galileo Galilei, podrá entender mejor la osadía del papa Francisco, que ha bendecido la tan temida Inteligencia Artificial (IA).
El papa argentino nos ha acostumbrado, durante su rico pontificado, a sorprendernos al abordar temas que eran tabú en la Iglesia, desde la bendición a los homosexuales a la resurrección de la fuerza primitiva de la mujer en las primeras comunidades cristianas. El papa, nada más elegido, recordó que llegaba “de la periferia de la Iglesia”, que hasta él había sido eurocéntrica. Y quebró ese mismo día todos los protocolos de siglos, al no querer ser llamado Papa, herencia del influjo del Imperio Romano, sino simplemente obispo de Roma. Por ello se negó a vivir en los lujosos palacios, prefiriendo la habitación de un pequeño lodge romano.
Pero quizá su mayor osadía, que aquí en Brasil acaba de recordar Alesandre Chiavegatto en el diario O Estado de São Paulo, ha sido la defensa abierta y sin ambages de la tan discutida IA. He conocido por mi trabajo de periodista a media docena de papas, pero ninguno tan osado como Francisco, quien ha quebrado viejos prejuicios inquisitoriales y abierto las puertas de la Iglesia a la modernidad.
“El buen uso de la IA”, afirma Francisco, “va a introducir innovaciones importantes en la agricultura, en una mejoría de la enseñanza y en la cultura. Una mejoría en la vida de las naciones y el crecimiento de la fraternidad humana y de la amistad social”. El Papa, tras conversaciones con los gurús de Microsoft, ha llegado a lanzar premios del Vaticano para las mejores tesis de doctorado sobre la IA.
Según Francisco, la IA, que preocupa a la Iglesia tradicional de los dogmas, los anatemas y las excomuniones del pasado, es solo “un reflejo de la dignidad humana y de nuestra capacidad de crear”. No es que Francisco ignore los posibles peligros y desafíos que la nueva invención podría acarrear a la humanidad si es mal usada, como para la creación de armas aún más mortales. Lo sabe, pero al revés que en el pasado, en el que lo que dominaba en la Iglesia oficial period el miedo y la condena de toda novedad científica, Francisco ha preferido poner sus ojos en los aspectos positivos de los nuevos horizontes abiertos para el Homo sapiens.
Según Francisco, “la respuesta a la IA no está escrita; depende de nosotros. Compete al hombre decidir si va a convertirse en alimento para los algoritmos o para nutrir su corazón de libertad”. ¿Y los miedos a que la IA pueda desafiar la inteligencia humana y tomar caminos desconocidos? Ante ese temor, el Papa ha preferido poner sus ojos en sus aspectos positivos. Y por lo que se refiere al posible mal uso de la nueva herramienta se ha limitado a decir que es necesario “criminalizar el crimen, no la herramienta”. Pura sabiduría.
A veces, a quienes hemos estudiado la historia del papado y los vaivenes seculares de la Iglesia, no deja de admirarnos la apertura de mente del Papa argentino. El primer pontífice que mira, con serenidad y hasta esperanza, los nuevos y revolucionarios descubrimientos de la ciencia a la que la Iglesia, durante siglos, temió condenando a sus protagonistas.
Vivimos un momento histórico de perplejidades globales, de miedos a un futuro cada vez más imprevisible. Una época donde todo parece configurarse como incertidumbre y donde por primera vez se llega a vislumbrar la desaparición del Homo sapiens, cuya inteligencia period considerada hasta hoy superior al resto de la creación. Y quizá por ello, la defensa por parte de la mayor autoridad de la Iglesia de la tan temida IA, vista a la luz de antiguos oscurantismos científicos, no deja de sorprender y hasta escandalizar a la Iglesia tradicional de las viejas excomuniones. Más aún, abre nuevas esperanzas de que la fe, la que sea, la del más allá inevitable, ya no aparece teñida de miedos sino de nuevas e inesperadas esperanzas de tiempos mejores.
Sí, el papa Francisco parece haber perdido los viejos temores de la Iglesia a la ciencia y sus descubrimientos, como la ilusión de un arcoíris que ha surgido tras las viejas tormentas del oscurantismo radical teñido de miedos.
La Iglesia llegó a defender durante siglos no solo la existencia física del infierno y del purgatorio, sino hasta del limbo, donde irían a parar los niños sin bautizar. Como aún no habían podido pecar, no podían ser condenados al infierno, pero tampoco gozar del cielo. Iban al limbo donde no sufrían, pero tampoco gozaban. Fue el conservador papa Juan Pablo II quien declaró que el limbo no existía y lo eliminó del catecismo oficial católico. ¿Motivo? Lo contó él mismo. Ya como Papa quiso juntar en una sola tumba a toda su familia, menos a una hermana suya que había nacido muerta. Sus padres, que eran católicos fervorosos, como no pudieron bautizar a la hija ni la enterraron.
El papa polaco no se conformó con que su hermana, sin haber nunca pecado, no estuviera en el cielo sino en el limbo. Dicho y hecho. Declaró que el limbo, así como el cielo y el infierno, no eran “lugares físicos” donde se goza o se sufre, sino estados espirituales. O sea, no existen.
Hoy el papa Francisco no solo no condena la IA como si viniera a crear un nuevo infierno en la tierra, sino que la ve como una nueva conquista de la inteligencia humana. Pena que no puedan resucitar quienes fueron sacrificados en las hogueras de las inquisiciones por contestar los dogmatismos vaticanos que hoy se van lentamente disipando bajo la nueva primavera de un pontificado que hace historia.
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