A los mercados les importan los aranceles y el peligro de unas cadenas de montaje que hoy no ocupan una sola fábrica, sino pasos multiplicados en varios países a la vez. Chaplin necesitaría platós simultáneos en China, Vietnam, Brasil, India o Filadelfia para filmar una película como Tiempos modernos, con trabajadores dejándose la piel de la mañana a la noche para ensamblar nuestro iPad. Y que viva el mercado international.
Pero es otra cosa la que debe alarmarnos aún más y no es precisamente lo que llena más periódicos y telediarios: es la historia de personas como Kilmar Abrego y Rumeysa Ozturk. Ahí está la verdadera señal de alerta de que la gran democracia que creíamos que period EE UU se tuerce y se inclina dramáticamente hacia modos dictatoriales sin que veamos frenos suficientes. Los derechos ya no están garantizados en el país de Trump y la arbitrariedad se impone.
Veamos el caso de Kilmar, salvadoreño de 29 años que huyó de las maras cuando estas le pusieron en el punto de mira. Su madre, dueña de un puesto de pupusas que iba bien, se convirtió en objetivo cuando una pandilla le exigió su parte en el negocio o a su hijo. Él logró escapar en 2012 a EE UU, donde trabajaba como obrero y esperaba un bebé con su esposa cuando fue detenido y trasladado a una cárcel de Bukele. Por el camino, la Casa Blanca ignoró la orden judicial de frenar esa deportación masiva y la justicia está batallando por lograr su regreso. Ni tiene antecedentes, ni acusaciones, ni delitos, pero la gorra, los tatuajes y jugar al baloncesto en mal sitio le hicieron sospechoso.
Y veamos el caso de Rumeysa. Esta estudiante turca de 30 años estaba haciendo el doctorado en la Universidad de Tufts (Massachusetts) y se dirigía a una cena cuando fue interceptada por seis agentes. ¿El delito? Un artículo en el periódico universitario que apelaba al boicot de empresas israelíes en respuesta al “genocidio” en Gaza. Se le ha revocado el visado por “apoyar a Hamás” y afronta su deportación. Casos parecidos se repiten en varias universidades y cientos de estudiantes han visto revocados sus visados. Adiós a EE UU y, sobre todo, adiós al espejismo de un país que acogía talentos y se enriquecía por ello.
La libertad de expresión se desvanece en EE UU, la separación de poderes se esfuma y la democracia se resquebraja cuando las herramientas de management, como la prensa, se debilitan. Y esto es mucho más grave que el ensamblaje fluido de las piezas de nuestro televisor.