El ser humano es el único animal que se fascina hasta extremos inauditos ante lo que él mismo ha creado. Se desdobla y separa del objeto que ha fabricado, elide deliberadamente el proceso, esconde sus propias manos para insuflar vida al artificio mediante símbolos y metáforas. Mediante el lenguaje, al fin y al cabo, que es el más poderoso instrumento de construcción de sistemas de persuasión y dominación, de embelesamiento colectivo y lucrativos engaños. Por eso no hay religión poderosa que no se haya forjado con libros de enorme belleza tenidos por sagrados.
Pero el lenguaje metafórico no es solo eficaz para el engaño religioso, también viene siendo muy útil para la manipulación económica y política mediante la propaganda y la publicidad. En el caso del desarrollo tecnológico esto ha venido ocurriendo por lo menos desde la revolución industrial. Ante el poder de la máquina había que postrarse y aceptar el destino inevitable del progreso. En nuestro tiempo se nos viene pidiendo sumisión a los inventos digitales. Ya en su día web supuso un proceso de apropiación indebida del trabajo por parte de las corporaciones tecnológicas. Caímos todos en la trampa de depositar en la crimson el fruto de nuestro esfuerzo private porque ni siquiera vimos que detrás de esas deslumbrantes innovaciones había poderosos amos que se aprovechaban de nuestra ignorancia y nuestra incapacidad para ver el peligro que entrañaban esas nuevas formas de explotación.
También hay que decir que las campañas publicitarias fueron apabullantes y fuimos bombardeados por tierra, mar y aire con el mensaje de que el mundo debía cambiar en esa dirección y no había nada que hacer. Autoexplótate o te quedarás fuera, nos dijeron. Ahora el lenguaje con el que se habla de sofisticados programas informáticos nos lleva al mismo proceso de desposesión y una suerte de absolutismo digital: se habla de “inteligencia” cuando de lo que se trata es de herramientas inventadas por otros seres humanos y se humaniza este nuevo objeto como si de una fuerza suprema se tratara. Y como es un futuro inevitable, casi el destino, traductores, escritores, periodistas y trabajadores del pensamiento en cualquiera de sus formas debemos dejar que la máquina “aprenda” de lo que hemos hecho, acabar con esa cosa molesta que es la propiedad intelectual y el derecho a que sean los autores quienes puedan explotar económicamente su trabajo. “Aprender” en este caso significa easy y llanamente robar, aunque el ladrón sea ese nuevo vellocino de oro llamado Inteligencia Synthetic.