“El círculo donde se movía Marcel Proust, el de la alta burguesía y la aristocracia parisina, period conservador en todos los aspectos, pero gustaba de rodearse de intelectuales y artistas de vanguardia”, cube Fernando Checa. Es una constante en el mundo del arte, todavía hoy sectores conservadores utilizan los ámbitos creativos para abrir la ventana y dejar entrar algunos aires de modernidad. La transgresión, en dosis medidas, aporta prestigio.
Ya lo retrató Proust (Auteuil, 1871 — París, 1922), participante de una especie de religión del arte que consideraba lo artístico como algo sagrado sujeto al rito y la ceremonia. Acceder al mundo actual no period fácil para el francés, poseedor, a causa del asma, de una mala salud de hierro que le condenó a una vida reposada. “Proust period un esteta, todo lo veía a través de la literatura, del arte, de la música. Es la manera en la que configura la sociedad, las costumbres, las discusiones, la creciente prominencia de la burguesía frente a la aristocracia”, añade Checa, historiador del arte, exdirector del Museo del Prado y comisario de la muestra Proust y las artes, en el Museo Thyssen-Bornemisza.
En busca del tiempo perdido, en siete tomos publicados entre 1913 y 1927, es considerada una de las novelas más importantes jamás escritas. Y la literatura es una buena forma de estudiar la historia del arte, sobre todo cuando en la obra tratada se citan a decenas de creadores. Es una novela whole, que habla de casi todo, del amor y la guerra, de los celos y la política, de las clases sociales, sobre todo del olvido, y, por supuesto, del arte. Esta exposición transita la vida del autor, ilustra los personajes, ambientes y escenarios de su obra y hace un recorrido desde el renacimiento italiano, la pintura holandesa del XVII o la francesa del XIX (los estilos en los que se inició el joven Proust en el Louvre) hasta las primeras vanguardias, pasando por el barroco o el impresionismo.
Ajustar la imagen psychological
Una cosa buena de la lectura es que uno mismo puede imaginárselo todo, como si dirigiera la película, pero aquí los proustianos podrán ajustar la imagen psychological conociendo los escenarios y las personas en las que se inspiraron algunos de los personajes más notorios. Por ejemplo, Charles Swann, el crítico de arte judío, atractivo y erudito, que logra hacerse un lugar en la alta sociedad estaba inspirado en parte en Charles Haas, que aparece, con sombrero de copa gris, en el cuadro El Círculo de la Rue Royale (1866) de James Tissot (el mismo sombrero, por cierto, que luce Jeremy Irons en algunas secuencias de la película Un amor de Swann, de Volker Schlöndorff). Swann se pasa la novela escribiendo una monografía sobre Vermeer que no acaba de terminar, por eso se expone aquí una pintura del holandés citada en el libro, Diana y sus ninfas (hacia 1653-1654). Estamos en presencia de los mismos cuadros que frecuentó Proust. En la misma sala cuelga la efigie de la mujer que inspiró a la cocotte Odette de Crécy, gran amor de Swann, trasunto de la escultora Laure Hayman, retratada por Raimundo de Madrazo.
Los personajes mencionados se relacionan con el camino de Swann, que representa a la burguesía ilustrada y una percepción sensual del mundo, vinculada a la sensibilidad artística y el amor apasionado. El otro camino, el camino de Guermantes, se asocia con la aristocracia y simboliza un mundo de poder, ambición, hipocresía y cierta decadencia. Es donde figura la Condesa de Noialles, una mujer de aspecto enigmático retratada hermosamente por Ignacio Zuloaga en 1913: “Esta literata, amiga de Proust, period muy moderna, adinerada y rompedora, un poco descarada”, cube Checa.
O el decadente poeta y aristócrata Robert de Montesquiou-Fézensac, trasunto del barón de Charlus, representante de la homosexualidad masculina, del que se presentan dos retratos: uno de Antonio de la Gándara (hacia 1892) y otro de Lucien Doucet (1879). “Un decadente period el que se levantaba tarde, tenía en su casa buenas telas y obras de arte, se preocupaba por la elegancia, por ir a los mejores restaurantes y codearse con lo mejor de la sociedad”, cube el comisario. ¿Hoy lo llamaríamos hipster?
Estas son las personas reales que frecuentaban aquel ambiente de fiestas, contactos, frivolidades, pequeñas luchas por el estatus, amores furtivos, dimes y diretes, y mucho postureo. El mundo aristocrático en el que el protagonista desea entrar con todas sus fuerzas y en el que acaba encontrando la superficialidad y la decepción. En una escena tremenda de la novela Charlus termina atado y azotado en un burdel clandestino: es un correlato del ocaso de la aristocracia.

Proust se interesó por el exotismo y la modernidad, que aquí se reflejan en el orientalismo, los carteles de los ballets rusos de Diághilev (que el escritor frecuentó) o las primeras vanguardias. “El comienzo de la novela, cuando el Narrador [suele escribirse con mayúsculas entre los estudiosos] se despierta y va recomponiendo el mundo, es una visión cubista de la realidad”, asegura Checa. Por eso en la exposición hay representación cubista y futurista, relacionada esta última con la visión fragmentada que el autor observaba en medios de transporte novedosos en la época, como el automóvil o el tren. Otro cuadro presente en la novela es Séfora, la hija de Jetró, copia de un botticelli de la Capilla Sixtina por John Ruskin (una de las más grandes influencias de Proust) que Swann abraza en el apartamento de Odette para conjurar la ausencia de su amada, y que también se encuentra en el Thyssen. “Cuando acercaba la fotografía de Séfora, creía estrechar a Odette contra su corazón”, escribe Proust.
Hay, por supuesto, un lugar destacado para el impresionismo, cuyos ambientes, tanto rurales como urbanos, sirvieron de base a la estética proustiana. De hecho, con frecuencia la escritura de Proust ha sido calificada de pictórica, en normal, e impresionista, en explicit. “La técnica novelística y psicológica del punto de vista, de la adopción de una perspectiva, le asemeja a un pintor. La ilusión óptica, la primera impresión, está en el centro tanto del arte proustiano como del impresionismo”, escribe Jean-Yves Tadié en el ensayo Proust y la pintura, incluido en el catálogo. El arte de la pintura está encarnada por el pintor Elstir en la novela, impresionista proveniente de un periodo simbolista, que enseña al Narrador a percibir el mundo de una manera menos convencional: el arte no debe imitar a la realidad, sino presentarla bajo una nueva luz. Proust también identificará pintura y escritura en el último tomo de su gran obra: “Porque el estilo para el escritor, lo mismo que el coloration para el pintor, no es una cuestión de técnica, sino de visión”.
Ciudades y enfermedades
La ciudad moderna estaba en su esplendor a finales del XIX, los barrios acomodados de aquel París de la Tercera República, capital del mundo, que retratan Stein, Pissarro o Renoir. Muy proustianos son también esos nenúfares de Monet, en su momento criticados como declive cuando el pintor perdía la vista, pero que influyeron en corrientes del arte posterior, como el expresionismo abstracto: en ese estanque desdibujado hay quien ya ve a Rothko.
¿Tendrían ese aliento las frases de Proust por su asma? “Creo que la condición física tiene su importancia, pero no creo que Proust escribiera así por el asma, ni que Monet pintara así por perder la vista, ni que el estilo de El Greco fuera producto de su astigmatismo: creo que lo hacían así porque querían hacerlo así”, opina el comisario.

Si bien al comienzo de la exposición se encuentra el único retrato pictórico del Proust veinteañero, de Jacques-Émile Blanche, que se reproduce con frecuencia en ediciones de su obra y libros de texto, a la culminación cuelga un retrato fotográfico del escritor en su lecho de muerte, tomado por Emmanuel Sougez. También dos autorretratos de Rembrandt (uno de los pintores predilectos de Proust), uno como hombre joven (en 1642-43) y otro como mayor (en 1661).
Al remaining de la novela, en el tomo El tiempo recobrado, el Narrador descubre que los caminos de Swann y de Guermantes acaban confluyendo, y se celebra una gran fiesta tras la Primera Guerra Mundial. Es en ese tomo remaining cuando el Narrador resolve dejar la vida disoluta de las clases altas francesas y se propone crear una novela, con el fin de recuperar el tiempo perdido: es, precisamente, la novela que el lector está terminando de leer. La decisión es, en parte, resultado de las reflexiones del pintor Elstir y de la convicción de que el tiempo solo puede fijarse mediante el acto creativo, a través del ejercicio del arte.
“Proust hace una descripción implacable de cómo el tiempo y el dolor han destruido a las personas y reflexiona sobre esos artistas que tienen un remaining glorioso, pero horrible, como podrían ser Beethoven o Rembrandt”. El paso del tiempo, siempre merciless e indiferente, se aprecia en las efigies de Rembrandt y es, finalmente, el argumento de En busca del tiempo perdido. Y también de cualquiera de nuestras existencias.