En uno de los últimos capítulos del programa Polònia, de TV3, aparecía el alter ego de Salvador Illa, gritando al viento, tras el retorno del Banc Sabadell, Cementos Molins y la Fundación La Caixa: “Sosiego 3, independentismo 0”. Illa ha insistido desde que llegó al cargo que Catalunya había entrado en una etapa de normalidad, que resultaba la condición indispensable para que creciera la economía de las empresas y mejorara la vida de los catalanes. Los negocios no quieren ruido como se vio en el 2017 y los ciudadanos ya pasaron su prueba de estrés con el procés, así que el discurso del president se entendió sin requerir de muchas explicaciones.

El único que rechazó el término normalidad fue Carles Puigdemont, que sigue expatriado en Waterloo y que se considera una anormalidad en sí mismo, sobre todo después de que la amnistía que le concedió el Gobierno se haya convertido en una carrera de obstáculos imprevista, que podría concluir este verano, cuando, al fin, el caso llegue al Constitucional.
El independentismo intenta sobrevivir a los tiempos del sosiego a base de pragmatismo
Pero lo cierto es que ERC y Junts intentan sobrevivir desde la oposición a los tiempos del sosiego a base de pragmatismo. Los republicanos acaban de concluir su inacabable congreso en fascículos con guiños a los socialistas y sacando pecho de los pactos arrancados a Pedro Sánchez. Los posconvergentes están aguantando al Gobierno socialista, convencidos de que conseguirán mejorar el autogobierno con sus acuerdos. Y como hicieron en el pacto del Majestic, han colocado a sus hombres en los consejos de las empresas públicas, lo que les permite influencia e ingresos.
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ERC y Junts intentan aparecer como formaciones posibilistas en unos momentos en que sus votos son decisivos en la política española. E incluso en las últimas semanas han validado no desacreditarse en Madrid. Los republicanos han fijado (sin ningún convencimiento) el 2031 como fecha simbólica para un referéndum. Los convergentes no se han atrevido a tanto.
El mundo no está ahora para asuntos domésticos, mientras Europa resiste al tsunami trumpista. No son tiempos para el ensimismamiento emocional, ni para la nostalgia soberanista. Toca priorizar la democracia, la moderación y la libertad. Y el sosiego, por supuesto.