Los tecnoeufóricos pintaban un futuro risueño: en el mundo digital, cualquiera podría hacer música y —zas, aquí daban la pirueta— triunfar a lo grande, esquivando a la industria. Hasta difundían una historia ejemplar: aseguraban que los Arctic Monkeys se habían popularizado regalando sus maquetas en web y en conciertos (todo fue más complicado pero, ¿para qué fastidiar un bonito relato?).
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