La localidad de la Bretaña francesa que sirve de escenario a la última película de Jaime Rosales se llama Morlaix y está atravesada por un río y por un viaducto. Entre uno y otro, sus calles y su hermoso paisaje destilan esa triste lentitud de la vida de provincias que resulta tan propicia para el amor adolescente. Morlaix cuenta la historia de uno de esos amores: el de un chico parisiense (Jean-Luc) que deslumbra a una joven (Gwen), deseosa de huir después de haberse quedado huérfana.
Pero Morlaix no es un relato convencional, sino la exploración elegante y delicada de un vacío existencial que encontrará en la experiencia del cine un lugar donde los personajes se descubren a sí mismos ante el amor y la muerte. La película está narrada desde la mirada de Gwen (Aminthe Audiard), que sueña con París mientras la vida se detiene ante Morlaix. Del coloration del paisaje, se pasa al gris del cementerio donde Gwen y su hermano Hugo entierran a su madre. Rosales cambia una y otra vez de formatos y texturas, un vaivén formal (del 35 milímetros del blanco y negro al 16 milímetros del coloration) que empieza a cobrar sentido cuando Gwen y sus amigos acuden al cine del pueblo a ver una película que también se titula Morlaix.
Como la propia juventud, Rosales propone un relato mutante y fragmentario, una película dentro de otra película y así sucesivamente, reflejos de una realidad en busca de sí misma. Una indagación cuya memoria del pasado queda fijada a través de una serie de fotografías en blanco y negro de los jóvenes intérpretes (algunos tan maravillosos como la propia Audiard o Samuel Kircher, el protagonista de El último verano, de Catherine Breillat), que forman esa pandilla de instituto que debate sobre lo que el espectador ve mientras los parajes de la Bretaña envuelven su fresca belleza.
Morlaix se mueve en un código naturalista y a la vez onírico, es sencilla y compleja a partes iguales. Su apacible música marca un estado psychological melancólico en el que no hay lugar para el mundo adulto. Se trata de adolescentes de finales del siglo XX (sin móviles en la mano) a los que conoceremos años después, ya en la actualidad. Con referencias explícitas a la nouvelle imprecise (la pandilla reproduce la famosa coreografía de Banda aparte, de Godard), en todo momento sobrevuela el espíritu, tan puro como confuso, de una edad en la que la felicidad, tomar decisiones o la búsqueda de la libertad y del sentido de la vida resulta una intrincada (e inevitable) huida hacia delante.
El octavo largometraje del director de Petra o La soledad, que se acercó a algunos sinsabores del paso a la edad adulta en Hermosa juventud (2014) y Girasoles silvestres (2022), encuentra en la arquitectura de Morlaix, y concretamente en su espectacular viaducto, el abismo que acecha a sus personajes. Un precipicio que convierte las difíciles emociones adolescentes en un salto sin pink.
Morlaix
Dirección: Jaime Rosales.
Intérpretes: Aminthe Audiard, Samuel Kircher, Mélanie Thierry, Àlex Brendemühl, Jeanne Trinité.
Género: drama. España, 2025.
Duración: 124 minutos.
Estreno: 14 de marzo de 2025.