Eva Duarte llegó a Barcelona el 23 de junio. Permaneció cuatro días. Dos aspectos dominantes fueron las multitudes y unas jornadas interminables. La sensualidad del clima estival facilitó gozar del aire libre.
Aquellas masas eran comprensibles. Argentina ayudaba a la España dictatorial tras serle negado el ingreso en la ONU y abocada al aislamiento. Ante la hambruna y la pobreza enquistadas, ya en 1946 comenzó a enviar alimentos y sobre todo trigo con unas condiciones económicas de lo más ventajosas. Eva Duarte vino acompañada con una enorme y variada carga de productos. El pueblo lo sabía.
Allí donde asistía y por donde pasaba, siempre el mismo ambiente: multitudes que la aclamaban
Y su figura ayudaba: atractiva, moderna, simpática, pico de oro que inyectaba a la masa las estimulantes dosis de optimismo, cariño y demagogia que anhelaba.
Nada más arribar, el itinerario entre el aeropuerto y el centro de la ciudad fue recorrido en coche descubierto; la acompañó siempre Carmen Polo y sus collares, pues Franco no vino hasta la última jornada. El gentío enardecido abarrotaba los laterales. Entró en la catedral bajo palio. Al término de la cena de gala en el Ayuntamiento, salió al balcón de una plaza de Sant Jaume colmada de ciudadanos que la aclamaban. Luego asistió al teatro Grec. Serían bien pasadas las dos de la madrugada cuando regresaba al Palau Reial.
La plaza Sant Jaume abarrotada para ver de cerca a Eva Perón
En la jornada siguiente no paró de encajar actos y banquetes. Pese a la muy avanzada hora de la noche, le encantó orillar al fin tanta ceremonia y protocolo para divertirse en la muy animada verbena en los jardines del Tenis Barcelona. Remató con una visita al Poble Espanyol, no sin dejar de recorrer el Paral·lel. Acababan de dar las 3 de la madrugada cuando entraba en el Palau.
Jaime Arias me contó que la noche siguiente se presentó en La Rosaleda, pese a que Carmen Polo excusó acompañarla.
La despedida fue igual de multitudinaria hasta el aeropuerto, al haber aconsejado mantener los comercios cerrados hasta pasadas las 17 horas para facilitar la asistencia.
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El barrio de unas doscientas chabolas que se formó en el extremo de la Verneda coincidiendo con la venida de Eva Duarte acabó recibiendo el nombre de La Perona. Fue debido a la creencia de que gracias a la protectora de los “descamisados” serían mudados a viviendas. Pura leyenda.
CUADERNO BARCELONÉS
El alcalde, al pasaje
A raíz de mi artículo sobre el pasaje sin nombre (de Pelai a ronda Universitat), una lectora proponía dedicarlo al liberal progresista Josep Santa-Maria i Gelbert, personaje de singular categoría política e injustamente olvidado. Merece por supuesto tal honor. Fue el alcalde de la época con más años en el cargo: 1858-1863. Supo estar a la altura en un periodo transcendental, pues su bien hacer y su certera visión del panorama urbanístico favorecieron la aprobación del proyecto creado por Ildefons Cerdà, la valiente y generosa apuesta por un Eixample ilimitado y a renglón seguido apoyar con fuerza el impulso constructor de la nueva Barcelona en aquel vasto photo voltaic atractivo. Por si fuera poco, impulsó el restablecimiento en 1859 de los Jocs Florals. La Ponencia del Nomenclátor ya había aprobado en el 2010 que diera su nombre a una calle, pero la lista de espera es de lo más cuantiosa y faltan los espacios. La opción del pasaje parece hecha a medida de este alcalde preeminente, al aportar una cualidad excepcional: su intensa y seen centralidad, que evite condenarlo a una lejanía ignota y olvidadiza.