Más que ningún otro género literario, la poesía trata de hablar desde el corazón. En Asia Occidental y África del Norte, los poemas influyen además de manera especial en la sociedad y miles de personas conocen de memoria rimas que trascienden clases y fronteras. Son voces que pueden expresar alegría, pero también sirven de alegato por la libertad o bien lo contrario: de manipulación por parte del poder. El Museo de las Culturas del Mundo (Wereldmuseum) de Ámsterdam ha reunido hasta el 24 de agosto una treintena de poemas en una mezcla de texto, recitación, vídeo e instalaciones artísticas para reflejar el papel de esta lírica en la vida cotidiana.
La poesía del pueblo period tal vez el único título posible de una exposición que refleja su poder para conectar y unir a las personas. El lapso temporal abarca desde el siglo XIX hasta nuestros días a través de tres apartados: Voces, Libertad y Movimiento. Hay poemas que cantan al amor y otros tristes. Hay versos airados y otros dolientes. Y hay estrofas de aliento luchador contra la opresión. Todos recorren, de diversa forma, países como Irán, Siria, Irak, Líbano, Yemen, Palestina, Turquía, Libia y Egipto. “Se han elegido dos grandes regiones geográficas porque la poesía es allí una forma cotidiana de expresión escrita y hablada en lenguaje corriente”, explica Diana Bachour, de origen sirio y una de las comisarias de la muestra. “No es para las élites, como tal vez pasa en Europa”.
Un corazón de cobre envuelto en una lengua de plata descansa en la primera vitrina de la muestra para ilustrar un poema del escritor persa Jalal ad-Din Rumi (1207-1273), uno de los autores y eruditos islámicos más famosos, quien escribió que el corazón es como un espejo: “Y si tu corazón es puro, según la tradición sufí, puede reflejar a Dios”. El Wereldmuseum exhibe un fragmento del Masnavi espiritual, una serie de seis libros de poesía de Rumi, quien también dijo: “Al limpiar el espejo inside, entonces verás más nítidamente tanto las obras de arte como al artista”. El corazón abrazado por la lengua es una creación del colectivo artístico berlinés Eslavos y Tártaros y se titula Dil be del. Es un juego de palabras entre la palabra turca para lengua —dil— y la persa para corazón —del—, que suenan parecido, pero describen dos partes distintas del cuerpo.
Del mismo colectivo de artistas es la obra Qatalogue, una especie de tapiz que ofrece otra versión de una lengua. Esta vez es de un rojo vivo y se enrosca alrededor de letras cirílicas para reflejar la incertidumbre y confusión de muchos habitantes de Asia Central cuando pasaron a formar parte de la Unión Soviética. “De repente, sus hablas, como el tayiko, el uzbeko o el turcomano, tuvieron que escribirse en un nuevo alfabeto: el cirílico”, explican en el museo. En uno de los vídeos, los poemas suenan acompañados por instrumentos musicales. Ocurre en Yemen, y dos poetas se interpelan en una suerte de competición. “Por lo common, expresan concepts opuestas, y puede parecer que se pelean”, indica Bachour. “Llevan una vara en la mano que mueven cuando hablan y usan la poesía para hablar de sus conflictos”. El veredicto closing depende del público, siempre masculino.
Otras veces, los poemas entonados son casi un ruego, como con el autor sirio Nizar Qabbani (1923-1998), que pasó gran parte de su vida en Beirut. “Escribió Beirut, Sit el Dunia, que llega a la gente en forma de plegaria de amor por Líbano”, señala la misma experta. El primer verso, “Beirut, dama del mundo”, da título a la obra. “Tu belleza nos hiere”, continúa, para confesar luego que le ofreció “una daga en lugar de flores”, y “te hemos herido, ¡Ay!”. La soprano libanesa-egipcia Majida El Roumi, “muy famosa a su vez en Oriente Próximo, cantó el poema y de este modo lo ha acercado a la gente”. Otro vídeo muestra a la artista en un concierto abarrotado con el público cantando la letra de Qabbani.
Hay pocas mujeres poetas en la muestra, y el Wereldmuseum señala que su ausencia no se debe a su valía, sino a la falta de poder y recursos para alcanzar la fama. Han destacado a la iraní Forugh Farrokhzad (1934-1967), que abordó temas tabú, como la intimidad física y emocional, convirtiéndose en un símbolo de cambio. “Su obra sigue inspirando a los iraníes de todo el mundo”, indica la documentación museística. Este es un extracto de su obra Servidumbre, de 1958: “Me vi como un espejo, vacío, sin mí misma. / Cada vez muestras allí una nueva imagen. / A veces la imagen de tu fuerza, a veces tu tiranía. / A veces la imagen de tus propios ojos que se adoran”. Según la comisaria, en Irán, “cuando la poesía ha ido desde el pueblo al poder, se puede hablar de manipulación por parte del régimen para lograr sus objetivos”. En una pared cuelga una bandera de rojo brillante, procedente de una oficina militar, que usa un poema nacionalista y símbolos antiguos, como columnas y leones, para legitimarse en la exigencia de adhesión al líder.
De la artista libia Nour Jaouda hay un tapiz titulado Raíces en el cielo, que fue exhibido en la Bienal de Venecia del 2024. Consiste en formas vegetales que han sido recortadas y cosidas “como nuestra memoria cose nuestras experiencias”. El título de la obra hace referencia a un poema del poeta palestino Mahmoud Darwish (1941-2008) que plasma la identidad nacional y resistencia ante la destrucción de su pueblo, titulado El segundo olivo: “Pero los soldados, los nuevos soldados / la rodean con excavadoras y la arrancan de raíz. / Vencieron a nuestra abuela, que queda patas arriba / con sus ramas en el suelo y sus raíces en el cielo”.

Muchos de los versos expuestos se siguen leyendo y estudiando, incluso en Países Bajos. En septiembre, la cantante Meral Polat, de ascendencia turco-kurda, ha incluido un tema basado en Silencio ruiseñor silencio, del místico y trovador turco Pir Sultan Abdal (1480-1550). Figura clave del alevismo —un grupo etnorreligioso islámico, heterodoxo y sincrético—, que resistió al Imperio Otomano. Cantaba así: “Me convertí en ríos / separados del mar. / Me convertí en cenizas / de un fuego extinguido. / Me convertí en rosas / que florecieron antes de tiempo. / Estoy ardiendo, amigo mío, / por el dolor que me causaste”.
Uno de los poetas más famosos de la literatura, el griego Konstantinos Kavafis (1863-1933), nacido en Alejandría y que vivió allí durante la caída del Imperio Otomano y la ocupación británica de Egipto, figura también entre los autores expuestos. Traducido al árabe por un colega, el egipcio Ahmed Morsi, su poema Esperando a los bárbaros describe una ciudad-estado en declive que sitúa al otro como excusa para descargar culpas. Cuando los bárbaros no llegan, el autor se pregunta qué será de la población. “Explica cómo la amenaza del ‘otro’, ya sea o no actual, es lo único que une a veces a los ciudadanos”, reza la cartela. Por si la actualidad de Kavafis no bastara, en la despedida se anima al visitante —que puede llevarse copias de los poemas— a escribir el suyo y dejarlo colgado con pinzas en un alambre.