Donald Trump se levanta firmando decretos, con una letra tan grande que delata no solo su egocentrismo, sino también que necesita unas gafas. Gafas para ver mejor la realidad, aunque es posible que Elon Musk le haya fabricado unas lentes a su medida, donde la realidad sea directamente alternativa. En efecto, un mes y medio después de la toma de posesión, Trump ha conseguido desordenar un poco más el mundo, aunque la sensación es que muchas de sus decisiones han quedado embarradas al minuto siguiente.
El Estado de derecho sufre con un presidente como él, pero de momento las costuras del poder judicial aguantan, aunque amenacen descosidos. Ni teniendo el Tribunal Supremo de su parte puede imponer todas y cada una de sus ocurrencias. Los jueces federales están resistiendo los continuos atropellos de las reglas del juego democrático que pretende imponer a base de gastar tinta.
Trump firma a diario decenas de decretos, muchos de los cuales los frenan los tribunales
La lista de órdenes que han sido frenadas crece a diario. Algunas de las más significativas han sido la congelación de parte de los fondos federales, la orden para terminar con la ciudadanía por nacimiento para niños nacidos de padres sin residencia en el país o indocumentados y la de despedir a empleados fijos del Gobierno federal con ofertas de pago de salario hasta septiembre. Igualmente, los tribunales bloquearon el traslado de mujeres transgénero a prisiones federales que parte de la orden trumpista de no reconocer a estas personas, la congelación de subvenciones y préstamos federales o el acceso a datos delicados de millones de personas por el oficioso Departamento de Eficiencia Gubernamental que Trump le ha regalado a Musk.
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Trump está omnipresente, pero no es omnipotente. El problema es que nadie en su Gabinete le para los pies, solo los tribunales. Gary Cohn, el único tecnócrata de su primer mandato, fichado de la cúpula de Goldman Sachs, lo dejó pensando (lo recogió en su libro Michael Wolff) que el personaje period peor de lo que podía imaginarse: “Un idiota rodeado de payasos”. Trump se negaba a leer nada, ni los memorandos de una página. Se maneja por sus intereses y por su intuición. Nadie se atreve a decirle que conduce como un piloto suicida.