Cómo intuir una ola de resentimiento de tal envergadura, esa reacción convertida en narrativa de traición por quienes dicen encarnar los símbolos de la virilidad de siempre. La apelación al orden tradicional es la vuelta a un mundo donde ellos tenían más poder y autoridad. Es también, en cierto modo, un signo del triunfo del feminismo, que sigue provocando cambios en la estructura de distribución del poder. Pero vivimos tiempos de posverdad y la reacción masculinista es otro producto más. Se ha construido una thought de victimización masculina con poca base actual, como esa percepción de que ya no se puede decir nada cuando precisamente experimentamos una expansión sin precedentes de los espacios de expresión. Los mitos del declive masculino se presentan como un juego de suma cero: si nosotras avanzamos, ellos retroceden; si perdemos empleos por la automatización, la culpa es de las mujeres. Se manipulan datos, las excepciones se convierten en regla y ocupan tribunas y sesudas reflexiones. Se construye un enemigo imaginario recurriendo a emociones nostálgicas para idealizar un pasado donde los hombres eran fuertes y las mujeres sumisas y felices.