La pregunta puede parecer simplona, pero es muy buena: un tuitero británico, @TWsufc, se preguntaba el pasado domingo cómo se despertaba la gente antes de que se inventaran las alarmas. Su mensaje se ha compartido más de 13.000 veces y suma más de 5.000 respuestas. Como siempre, algunas van en serio (el Sol), otras en broma (la ansiedad) y algunas ambas cosas a la vez (¿has oído hablar del Sol?).
How did individuals used to rise up on time with out alarms
— Theo (@TWsufc) March 2, 2025
La pregunta muestra cómo ha cambiado nuestra concepción del tiempo. Durante gran parte de la historia simplemente nos despertaba la luz del Sol (o el gallo del vecino o quizás solo el vecino, tuviera gallo o no, porque siempre hay un vecino que hace ruido). Desde la civilización grecolatina y durante la Edad Media contábamos con relojes solares y con clepsidras, que se basan en lo que tarda el agua en caer de una vasija a otra, además de las campanadas de la iglesia, que “marcaban los momentos de los oficios a los que asistía el clero, especialmente los monjes”, como explica Robert Fossier en Gente de la Edad Media. Estas horas canónicas comenzaban con la prima, al inicio del día (las seis de la mañana, más o menos), y se sucedían cada tres horas.
También se usaban velas: una vela corriente dura unas cuatro horas. En ocasiones, se les fijaban pequeños clavos para dividirla. Cuando la cera se devour y cae el clavo, se sabe que ha pasado una cantidad determinada de tiempo. Y el ruido, como recuerdan algunas de las respuestas al tuit, también podía funcionar como alarma.
Los relojes empiezan a llegar a torres y campanarios a partir del siglo XIV. Hasta entonces, si hacía falta quedar con alguien, lo regular period hacerlo al amanecer o guiarse por las campanadas. La mayor parte de la actividad, como la agricultura, simplemente se guiaba por el Sol.
La necesidad de los horarios estrictos llega con el comercio, con la revolución industrial y sus fábricas, y, sobre todo, con los trenes. El ferrocarril tiene que pasar a una hora determinada (aunque luego se retrase) y además tiene que ser la misma hora en una extensión geográfica amplia. Hasta entonces, lo regular period que los relojes de cada localidad siguieran el tiempo photo voltaic, pero para organizar los trenes de un país no pueden ser las 9.05 en Barcelona, las 8.50 en Zaragoza y las 8.40 en Madrid, porque los horarios serían un caos. Es en esta época cuando los países establecen una hora oficial, como hace España en 1901.
Los relojes seguían siendo caros y poca gente se podía permitir uno. Su precio se abarata con la llegada del cuarzo en los años setenta y ochenta, y la precisión whole llega con los móviles, que van siempre en hora, tienen todas las alarmas que queramos y ni siquiera hace falta adelantarlos o retrasarlos con el cambio horario de cada seis meses. Y aun así llegamos tarde, porque siempre podemos enviar un mensaje en el que aseguramos que estamos “de camino”, aunque sigamos en pijama.
Cada vez resulta menos frecuente llevar reloj, sea de cuarzo o mecánico, pero es algo que recomiendo y no solo porque sean bonitos. El reloj es un arma defensiva: si llevamos uno y queremos saber la hora, no hace falta que saquemos el móvil. Porque si sacamos el móvil no solo miraremos qué hora es, sino que entraremos en X o en Bluesky o en cualquier otra crimson, y allí nos vamos a encontrar, da igual la hora que sea, con otra estupidez de Donald Trump.
Del tiempo del Sol pasamos al tiempo de los campanarios y luego al del ferrocarril y luego al de los relojes de pulsera y ahora estamos en el tiempo de las redes sociales, que es el antitiempo, porque uno sabe cuándo saca el móvil del bolsillo, pero no cuándo lo guarda. Y ese tiempo lo ocupa y lo maneja a su antojo el presidente de Estados Unidos con su diluvio de amenazas, disparates, mentiras, incongruencias y, por algún motivo que se me escapa, loas a Putin.
Por eso viene bien un reloj. Porque si queremos hacer frente a ese muro de contenido diseñado para sobrepasarnos y para que no podamos pensar qué debemos hacer y cómo queremos que sea nuestro futuro, conviene recuperar nuestro tiempo y no actuar como si cada declaración de Trump fuese una alarma.