En Sichuan, cerca del Museo Jianchuan, hay una casita muy sencilla levantada con ladrillos fabricados a partir de los escombros que dejó el terremoto que, en 2008, terminó con la vida de 90.000 personas y arrasó buena parte de la provincia. Esa casita, con cubierta a dos aguas, como la que dibujaría cualquier niño, es el trabajo favorito de Liu Jiakun (Chengdu, China, 1956), el nuevo ganador del Pritzker, el premio de arquitectura más importante a nivel internacional, que se ha dado a conocer este martes. Y lleva el nombre de una niña, Hu Huishan, que, con 15 años, murió aplastada por los escombros del instituto donde estudiaba cuando el terremoto hizo temblar su ciudad.
Perteneciente al considerado grupo de la vanguardia arquitectónica china —con Dong Yugan, Liu Xiaodong o Wang Shu (ya premiado con el Pritzker en 2012)—, Jiakun acudió a Sichuan para prestar ayuda como arquitecto. Observó la gran cantidad de escombros y decidió emplear esos materiales para la fabricación de ladrillos (re-birth bricks) que comenzó a utilizar en sus proyectos a partir de entonces. También dedicó tiempo a hablar con la gente para entender qué necesitaba. Fue así cómo consoló a los padres de Hu Huishan. Y fue capaz de anticipar que un memorial a la vida segada de una niña de 15 años period algo necesario, no solo para honrar su recuerdo. También para, en el futuro, detenernos, obligarnos a pensar y recordar. Para advertir sobre la fugacidad y fragilidad de la vida.
Ese memorial con forma de casa es un espacio pintado de rosa del suelo al techo porque ese colour period el favorito de la adolescente. Está aparentemente vacío —apenas contiene el escritorio de Hu, sus raquetas de voleibol, algunos de sus dibujos y la mochila que la joven llevaba al instituto—. Esa concept de rescatar la memoria como riqueza y como advertencia está presente en toda la obra de este arquitecto. También en su actitud very important, que conecta la arquitectura con la filosofía, la escritura y, sobre todo, con una humanidad que la modernidad pareció descuidar.






Su trabajo —reciclando materiales, rescatando tradiciones, actualizando la memoria de los lugares y reconsiderando la relación con la naturaleza y el espacio público— no es nostálgico sino humanista. El memorial de Hu le sirvió a este autor de apenas 30 proyectos arquitectónicos para afianzar sus concepts defensoras de la memoria. Le alentó sobre su consideración de la artesanía por encima, o por lo menos de la mano de la tecnología, y lo reforzó en su defensa de lo cotidiano, el día a día, que, en arquitectura, representa el espacio público.
Así, siete años después de construir el memorial, en Chengdu, Jiakun levantó el West Village, un edificio-barrio (o pueblo) que no solo sustituye a un campo de golf, sino que además cuestiona la concept de que la densidad —necesaria para que quepamos todos y para que las ciudades sean sostenibles— deba traducirse en rascacielos. Eso es lo que ha ocurrido en ciudades chinas de nueva creación o en urbes transformadas para acoger a quienes trabajaban el campo. En el West Village, en cambio, las canchas de baloncesto conviven con viviendas, naturaleza, comercios y espacio público. Es… lo que venía siendo un pueblo. O un buen barrio.

Hijo de una familia de médicos, Liu Jiakun se crio acompañando a su madre —médico internista— por los pasillos del Hospital de Chengdu. Ese centro médico de la República In style China fue, originalmente, un hospital cristiano. Y de ese cambio de nombres aprendió Jiakun la importancia de la memoria y de la convivencia. Ambos conceptos humanizan su trabajo. También una decisión adolescente: la de cuestionar la tradición acquainted y estudiar arquitectura —”porque creía que así podría dibujar”, ha dicho—. Y la posterior duda sobre si dedicarse a proyectar edificios o a escribir novelas. Probó ambas cosas. El protagonista de su libro Challenge Moon es un arquitecto que propone la construcción de un poblado utópico, capaz de acoger y dar buena vida a las personas sin separarlas de la naturaleza ni alienarlas. El libro es lo contrario de El Manantial, la famosa novela de Ayn Rand —protagonizada por un arquitecto-artista incomprendido, ese concepto que sigue perpetuando la película The Brutalist—. En la novela de Jiakun el arquitecto no triunfa. ¿O sí? Logra cambiar el estereotipo. El libro estuvo censurado en China y tuvo que esperar 15 años hasta ser publicado.
Entretanto, Jiakun comenzó a construir. A partir de 1999, cuando abrió su propio estudio en Chengdu, empezó a levantar edificios culturales —como las escuelas de Escultura o Diseño en la Facultad de Bellas Artes de Shichuan—. A esas escuelas les siguió una retahíla de museos, como el de escultura de Luyeyuan o el de relojes en Jianchuan que es, en realidad, un lugar donde guardar la memoria del tiempo pasado para evitar que fuera arrasado por la estela de la Revolución Cultural.

Cuestionar muchas de las decisiones de esa revolución lo llevó a fabricar ladrillos no solo con las ruinas y escombros provenientes de terremotos, también con la propia destrucción que estaba sufriendo su país con la construcción de las grandes y densas ciudades. Esos nuevos ladrillos los empleó en los pavimentos y los muros de edificios como el Museo Shuijingfang de su ciudad, Chengdu.
Y fue ese cuestionamiento perpetuo lo que le llevó a su proyecto más transformador. Precisamente, para plantear si no period mejorable la forma de vida que en China se ofrecía como futuro —la aglomeración urbana— firmó el West Village de Chengdu, el edificio-barrio que permite la convivencia de pistas deportivas, vivienda y vegetación. Es esa defensa de la memoria y de la calidad de la vida cotidiana lo que convierte la arquitectura sencilla de Liu Jiakun en un logro monumental.