Después de la horrible escena del viernes en la que Donald Trump y J.D. Vance humillaban en público al presidente ucraniano, el número de personas que piensan que Trump cambiará el mundo de forma irreversible supera ya el de los que todavía confían en que “el sistema” lo acabe neutralizando. Trump se quedó corto en su primer mandato. En este segundo, después de haber superado varias causas judiciales y de haber sobrevivido a un intento de asesinato, es un hombre cambiado, alguien que piensa que la historia está de su parte y se siente con fuerzas para aplicar sus políticas y las de la coalición de fuerzas que lo ha llevado al Gobierno.
El nuevo presidente y su equipo han destruido los fundamentos del orden mundial surgido de las cenizas de la II Guerra Mundial, en el que Estados Unidos tenía un papel central como estabilizador. Hoy todos los gobiernos están obligados a aprender cómo tratar con un intimidador experto, un hombre al que le cuesta entender otro lenguaje que no sea el de la fuerza, que solo tolera a los que le agasajan y que desprecia a los débiles.
En la política doméstica, los cambios son igual de perturbadores, tanto en la política de inmigración como en la gestión de la diversidad o la redefinición del Estado, al que la nueva derecha americana somete a una terapia de electrochoque con la mediación de Elon Musk.
Las democracias funcionan con instituciones sólidas. Cuanto más moderna es una sociedad, más compleja es su gestión y más crecen las áreas de regulación. Se regula, con mayor o menor intensidad, la vivienda, el transporte, la seguridad, la alimentación, los medicamentos, el medio ambiente y la contaminación, el espacio aéreo, la seguridad nuclear… Se regula el sector financiero, propenso a entrar en disaster cuando la reglamentación se relaja.
La nueva derecha americana quiere cambiar la Administración a fondo
El crecimiento del aparato del Estado en las democracias le ha puesto en la diana del populismo. Corregir el exceso de burocracia es un objetivo con el que es difícil no estar de acuerdo. Otra cosa es convertir el Estado en el enemigo, como hace la nueva derecha americana, que habla de un deep state (Estado profundo), un Estado dentro del Estado que se mueve con una agenda propia.
El objetivo es reducir el Estado a la mínima expresión, y en ello convergen el ideario de la nueva derecha con la política del “transfer quick and break issues” (muévete rápido y rompe cosas). La frase es de Mark Zuckerberg y es un clásico de la cultura empresarial de web, en la que, si una cosa no funciona, mejor romperla (y crear otra nueva) que arreglarla.
Después de la escena del viernes con Zelenski, pocos dudan ya de que Trump está aquí para quedarse
Con Musk, la frase refuerza su significado más explícito. Nada más comprar Twitter en el 2022, le cambió el nombre y despidió al 80% de la plantilla, por lo que vació departamentos enteros. Con la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Musk ha exportado ese modelo a Washington.
Trump le ha dado al empresario la llave de las agencias federales. Musk ha instalado decenas de ingenieros que han accedido de forma directa a datos confidenciales. En pocos días ha despedido a much de empleados y ha invitado a otros miles más a irse. Ha creado un clima de miedo entre los empleados y de inseguridad regulatoria en las actividades afectadas.
El DOGE es un organismo externo al Gobierno. Se concibió en una cena entre Trump y Musk en Palm Seaside cuando Joe Biden ocupaba todavía la Casa Blanca. Musk vertió en la propuesta ese aire libertario que impregna hoy Silicon Valley y su resentimiento private por las regulaciones de que ha sido objeto. Trump compró la thought para reducir el gasto en una Administración que tiene su talón de Aquiles económico en un abultado déficit.
Se calcula que el fraude en la Administración es de entre 200.000 y 500.000 millones de dólares anuales. Musk anuncia a diario el descubrimiento de bolsas de fraude, pero no aporta pruebas de ello. Asegura que quiere recortar dos billones de dólares, pero de momento lo que tiene son los datos reservados de millones de personas y de empresas. De competidores. Perturba además el sesgo ideológico de los despidos (la eliminación de Usaid, la Agencia para el Desarrollo Internacional, es reveladora). Musk, argumentan sus críticos, estaría en realidad depurando la Administración, vaciándola de funcionarios de perfil técnico para poner en su lugar a otros abiertamente partidarios del nuevo Gobierno.
La Administración federal de EE.UU. tiene cuadros de un alto perfil técnico y, si algo es común en ellos, son sus concepts liberales, en lo económico y en lo social. Proceden de las mismas universidades, de los mismos suppose tanks. Tienen una visión del mundo modelada en la posguerra, que se resume en el splendid de la sociedad abierta que esbozaron pensadores tan diferentes como Popper o Adorno. Una visión alejada de los tótems de la nueva derecha americana: la familia, la religión, la nación…
El movimiento MAGA (“Make America Nice Once more”) sabe por la experiencia del primer mandato que esa Administración sigue funcionando de manera autónoma esté quien esté en la Casa Blanca. En algunos casos lo hace por ley (la Reserva Federal), en otros por inercia.
Elon Musk ha llevado a Washington DC la política del “muévete rápido y rompe cosas” de web
De ahí la sospecha que el brutal ataque al que someten hoy al Estado sea en realidad una manera de cambiar a fondo la Administración y poblarla de cuadros con una visión radicalmente distinta a la del precise consenso liberal. Preparan el terreno para quedarse mucho tiempo. Están haciendo su revolución y algunos observadores hablan de golpe de Estado.