Entre las películas que (casi) han desaparecido del mapa de las carteleras contemporáneas, los productos de acción relativamente baratos pero con ciertas estrellas de capa caída para las grandes empresas, sin ínfulas artísticas ni remilgos, destinados a un público que solo busca entretenimiento pasajero, ocupan un lugar paradigmático. Antes había dos de estas cada mes y ahora rara vez se estrena una. Antes había espectadores para estas películas, y ahora se supone que no salen del sofá de casa porque lo que demandan lo tienen en las plataformas. ¿No se hacen ni se estrenan porque no hay público para ellas? ¿O no hay público para ellas porque hace tiempo que no se hacen ni se estrenan, y ese tipo de espectador simplemente ha abandonado? La pescadilla que se muerde la cola.
Algo de todo esto ha debido pensar Mel Gibson, director inconstante pero de energía incuestionable, ser (anti)social abonado a la polémica desde hace tiempo en su vida private, para querer producir y dirigir una película como Amenaza en el aire. Una cinta (la palabra le viene fenomenal porque nos retrotrae a los videoclubes de los ochenta y noventa, a ese tipo de artículo cinematográfico desaparecido en combate) de apenas hora y media sin respiro, simplona y vacua, efervescente y olvidable, que va a lo que va sin sonrojo alguno. Gibson es consciente de lo que tiene entre manos, básicamente una tontería, pero al no alardear ni arquear la ceja, cumple su propósito, lo que hace que sea más sincera que muchas otras.
Eso sí, con la sinceridad se llega solo hasta un cierto punto. Y al de la calidad, desde luego, no. Al extravagante guion del novel Jared Rosenberg le faltan varios hervores, pero quizá sea ese el secreto: su toque graciosillo y desprejuiciado, y un tanto idiota. Un piloto transporta en su avioneta a una teniente del FBI que custodia a un contable que va a testificar en un juicio contra la mafia. Obvio: no han inventado la rueda. Apenas tres personajes, con sus secretos, claro, y un único escenario, la avioneta, en una película de acción y adrenalina. De hecho, bien podría recordar a uno de los títulos a los que nos referíamos en el primer párrafo: Pasajero 57 (1992), de Kevin Hooks, con Wesley Snipes como protagonista. Pero Gibson, capaz de crear desasosiego con su puesta en escena en sus salvajes obras anteriores tras la cámara, se las arregla para que el metraje se pase en un suspiro. Eso sí, nada más.
De modo que sería bueno que el espectador interesado, o al menos dudoso, se fairly de la cabeza la filmografía anterior del australiano como director. En mayor o menor medida, El hombre sin rostro, Braveheart (Oscar a la mejor película), La pasión de Cristo, Apocalypto y Hasta el último hombre eran estupendas. Dotadas de un vigor narrativo, visible y sonoro atronadores. Amenaza en el aire es otra cosa, y no les llega a la suela de la sandalia.
Queda la duda de si la intención de Gibson al componer algo como Amenaza en el aire period sacar dinero para financiar con su empresa, Icon Productions, lo que realmente le interesa: La resurrección de Cristo, secuela de su exitosa La pasión de Cristo, prevista para el año 2026. Pero en esto se basa no pocas veces la producción cinematográfica, y él es viejo zorro para saberlo. El presupuesto de Amenaza en el aire fue de 26 millones de dólares, y lleva recaudados 41 en todo el mundo. Ahora toca España.
Amenaza en el aire
Dirección: Mel Gibson.
Intérpretes: Michelle Dockery, Mark Wahlberg, Topher Grace.
Género: acción. EE UU, 2025.
Duración: 90 minutos.
Estreno: 28 de febrero.