La ciudad de Kiev sirvió este lunes de escenario para una imagen que simboliza la profunda ruptura que se ha producido entre Estados Unidos y las democracias occidentales a cuenta de la guerra de Ucrania tras la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca. La cumbre celebrada con motivo del tercer aniversario de la invasión rusa reunió —presencialmente o por vídeo— a casi 40 líderes occidentales, entre ellos los jefes de Gobierno de Reino Unido, Japón, Canadá, el liderazgo de la UE o el presidente español, Pedro Sánchez. El mensaje lanzado por los asistentes al Gobierno y al pueblo de Ucrania fue prácticamente unánime: más ayuda materials, más respaldo político y ni una concesión en cuanto a la responsabilidad de Rusia en la guerra. No asistieron altos cargos del Gobierno de Estados Unidos.
Se trata de un planteamiento diametralmente opuesto al de la nueva Administración norteamericana, que no solo ha puesto en duda la ayuda militar a Ucrania —comprometiendo así el destino de la contienda a favor de Moscú—, sino que ha reclamado dinero a Kiev, ha exigido acceso a los minerales de ese país como pago por la colaboración prestada ya y además se ha permitido, contra toda evidencia y sentido común, culpar al presidente Volodímir Zelenski del inicio de las hostilidades, asumiendo el argumento de Vladímir Putin. Hay que subrayar una vez más que ha sido Washington el que ha cambiado radicalmente de posición, en lo que supone un abandono repentino de Ucrania después de tres años de apoyo y ha levantado con sus aliados un muro de justificada desconfianza.
La partición entre Estados Unidos y el bloque de democracias que apoyan a Ucrania se hizo aún más evidente en otro escenario a much de kilómetros de Kiev, en la Asamblea General de la ONU, donde Washington presentó su propia resolución en la que no se condena la agresión rusa y se limita a pedir una resolución del conflicto. Una segunda propuesta de Ucrania y la UE sí condenaba la agresión, en los términos en los que se ha expresado la comunidad internacional desde hace tres años de manera inequívoca. Rusia y EE UU votaron juntos contra Europa y Ucrania. La situación resulta inaudita y exige reafirmar de manera rotunda que si Estados Unidos quiere una solución injusta e impuesta en Ucrania está solo, o acompañado por Rusia, Israel, Corea del Norte, Hungría o Nicaragua, entre otros países que votaron con él en la ONU.
Entre las reiteraciones de apoyo a Ucrania por el resto de los países resultan particularmente significativas las palabras del vencedor de las elecciones alemanas del domingo, el democristiano Friedrich Merz, quien ha propuesto la “independencia” europea de Estados Unidos y ha proclamado que su “prioridad absoluta” será el fortalecimiento de Europa. Que un conservador alemán de la vieja escuela comparta la misma visión geoestratégica con los socialistas del sur de Europa es un indicativo esperanzador sobre el compromiso de Europa en estos momentos de viraje profundo.
En este sentido, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, anunció en Kiev un nuevo paquete de ayuda de 3.500 millones de euros. España comprometió 1.000 millones de euros este año para “proporcionar capacidades militares” a Ucrania. Europa está enviando el mensaje nítido de que no va a aceptar una paz injusta donde el agresor quede impune, y que tampoco acepta una subordinación ciega a los intereses estadounidenses.
No basta con las declaraciones; es necesario decírselo a Trump cara a cara. Para hacerlo, este lunes estuvo en la Casa Blanca el presidente francés, Emmanuel Macron, quien utilizó un lenguaje diplomático exquisito en su comparecencia junto a Trump, pero dejó clara la posición europea: “La paz no puede ser la rendición de Ucrania”. Este jueves acudirá el primer ministro británico, Keir Starmer. En Kiev, en la ONU, en la Casa Blanca, la voz de las democracias occidentales debe ser una sola. Europa quiere paz en Ucrania, Trump quiere una rendición.