Es el Despacho Oval un escenario tan recurrente en las ficciones que lo conocemos mejor que el salón de casa. Sabemos incluso dónde está el baño, escondido en una puerta falsa. Estados Unidos ha tenido 47 presidentes reales y muchos más irreales, que, al ser actores, hacían mejor de presidentes que los presidentes. Que uno de los reales, un tal Reagan, fuera además actor lo complica todo más, aunque para los que vimos El ala oeste de la Casa Blanca no habrá mejor presidente que Martin Sheen, mucho más digno que Lincoln, a quien Aaron Sorkin no le escribía las frases.
Ninguna ficción nos preparó para ver al niño X de Elon Musk corretear junto al tito Trump mientras este firma decretos con la lira de Nerón en la mano. Ni los sketches más despiporrantes, untados de peyote y ahumados con cigarrillos de la risa de Saturday Night time Stay (que cumple medio siglo, como la muerte de Franco, dos aniversarios felices: festejemos las efemérides buenas en este presente derrotista) plantearon una escena así. La demolición del orden mundial se ha llevado por delante ese género tan disfrutón de las collection ambientadas en la Casa Blanca. Con los buenos ratos que nos han regalado. Algunas, hasta te volvían patriota, y con otras te daban ganas de desertar a Corea del Norte, pero todas eran gozosas.
Ya no más Home of playing cards, no más Bartlets, no más Scandal, no más Veep y no más Sucesor designado, mi serie política basura preferida, con Kiefer Sutherland haciendo de panoli que llega a presidente de rebote y salva el mundo: a mí me gusta llamarla Presidente por accidente. No es que la realidad trumpista, que cuestiona el principio mismo de realidad, haya superado a la ficción, sino que la ha arrasado con lanzallamas y ha derramado sal sobre la tierra quemada para que nada vuelva a crecer en ella.
Echen un vistazo a la última visita de Netflix al Despacho Oval. Se titula Día Cero, y ni siquiera un Robert de Niro empeñado en que olvidemos que un día fue un gran actor —y a fuerza de recitar robóticamente frases que se ha aprendido antes de la siesta está a punto de conseguirlo— eleva la farsa por encima de Trump. Nada de lo que nos cuentan emociona o da risa. Todo lo más, concedemos un suspiro ingenuo de nostalgia, por lo que nunca fue cuando vemos en la serie a una presidenta negra. Ay, eso sí que es fantasía.