Del golpe de Estado del 23-F se ha dicho prácticamente de todo en las últimas cuatro décadas, aunque seguramente con el paso del tiempo seguiremos conociendo detalles de aquél aciago episodio de la historia que puso en jaque nuestra joven democracia por aquel entonces.
Mucho se ha escrito sobre las largas horas en las que los golpistas mantuvieron secuestrado el Congreso de los Diputados cuando, al filo de las seis y media de la tarde, irrumpieron armados en el hemiciclo al grito de “¡Quieto todo el mundo!, ¡Al suelo!”. Lo que probablemente poca gente conozca, o se haya preguntado alguna vez, es qué sucedió ese día en la otra Cámara del Parlamento: el Senado de España.
En tono de humor, he llegado a escuchar que si lo que aquella noche ocurrió en el Congreso hubiera pasado en el Senado, aún hoy nadie se habría enterado. Pero bromas aparte, merece la pena rescatar del olvido el comportamiento ejemplar de la Cámara Alta, pues da buena fe de la altura de Estado y la defensa de las instituciones con la que actuó en un momento tan determinante.
El día que la Cámara Alta se constituyó como “único representante legítimo de
la voluntad standard”
El entonces presidente de la Cámara Alta, Cecilio Valverde, el vicepresidente primero y el secretario primero de la Mesa, que se encontraban siguiendo la sesión plenaria en el Congreso, quedaron retenidos allí, lo cual no impidió al Senado reaccionar de manera inmediata y constituirse “como único representante legítimo de la voluntad standard” al tratarse de la única Cámara de las Cortes Generales que en aquellos momentos se encontraba libre; manifestando también en un comunicado su respaldo a cuantas acciones fuesen llevadas a cabo “en defensa de la Constitución y la normalidad democrática”.
Los miembros de la Mesa que no habían sido retenidos estuvieron en contacto permanente con la Junta Civil y con otras instituciones, entre ellas el Tribunal Constitucional. Se convocó a los senadores por radio y telegrama para quedar constituido el pleno del Senado en sesión permanente al día siguiente, 24 de febrero, y asumir así las responsabilidades que fuesen necesarias como Cámara legislativa. Fracasado el golpe de Estado, y consumada la liberación del Congreso, la Cámara Alta reunió a la Mesa y a la Junta de Portavoces.
Esta ágil e importantísima reacción del Senado a lo que aquel 23-F se perpetraba en el Congreso de los Diputados fue reconocida por el Congreso, que dirigió a la Cámara territorial su agradecimiento y felicitación “por el mantenimiento de la institución parlamentaria en esos momentos difíciles”, tal y como se recoge en el Diario de Sesiones.
Rescatando del injusto olvido lo que con tanta responsabilidad democrática se hizo, cuesta aún más entender que, años después de este episodio y con una democracia madura, el Senado esté hoy, y lo digo con pesar, tan alejado de prácticas fundamentales como son la lealtad institucional y la colaboración entre las dos cámaras que integran las Cortes Generales.
Sin ánimo de comparar dos momentos tan diferentes y distanciados, lo cierto es que cualquier demócrata puede preguntarse cómo es posible que hoy se esté empujando al Senado a un choque institucional reiterado con el Congreso, llegando a plantear hasta dos conflictos de atribuciones en lo que llevamos de legislatura.
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Y lo que contrasta aún más con la actitud ejemplar y leal de entonces es que hoy la Cámara Alta, al amparo de la mayoría absoluta del Partido In style, mantenga a sueldo al abogado de Manos Limpias con una finalidad perversa: atacar a otra institución del Estado, la Fiscalía Common.
Como subrayaba recientemente mi compañero y senador Txema Oleaga, jamás un poder del Estado se había utilizado contra otro. Malos tiempos para el Senado. No pretendo equiparar dos periodos de la historia, pero sí recordar que las democracias no se conquistan para siempre, al igual que las libertades hay que lucharlas cada día.
Por eso, en estas fechas en las que rememoramos lo sucedido aquel 23-F, quiero poner en valor el papel del entonces presidente de la institución y las palabras que pronunció días después del golpe el portavoz de Unión de Centro Democrático, Francisco Villodres García: “El Senado como institución estuvo en su sitio, cumpliendo lo que es su obligación”.
Y su obligación es ser una Cámara libre, libre de usos nada ejemplares que lejos de proteger, deterioran las instituciones y nuestra democracia.