¿Qué es un arancel? Podríamos preguntarle a alguien que se ha calificado a sí mismo como un hombre arancel (‘a tariff man’). Sin pérdida … de tiempo, Donald Trump ha empezado a aplicar algunas de las medidas anunciadas durante la campaña electoral presidencial estadounidense, dando paso con ello a un escenario que ha sido calificado de nueva guerra económica. Una línea de actuación que ya utilizó en su primer mandato, cuando, en 2018 y 2019, estableció una serie de aranceles, que, curiosamente, no fueron retirados durante la posterior administración Biden. En aquella etapa se dio la justificación de que, en parte, se trataba de disposiciones que venían a sancionar prácticas de usurpación de tecnología industrial por parte de empresas chinas. Ahora, la escala de los aranceles ya instaurados o previstos llega a otro nivel.
Trump tiene una fe ciega en los aranceles, a los que atribuye unas cualidades mágicas, para: i) reducir el déficit comercial de Estados Unidos; ii) reconstruir su poderío industrial; y iii) obtener importantes ingresos fiscales. Los aranceles son también para él una potente arma de negociación. No en vano, Estados Unidos es el mayor importador de bienes del mundo, con unas compras exteriores anuales del orden de los 3 billones (hispanos, naturalmente) de dólares, cifra equivalente, aproximadamente, al PIB de Francia y al doble del de España.
Un arancel es un impuesto sobre las importaciones de bienes, que se exige, en la aduana, a los compradores de artículos procedentes de otros países. Como todo impuesto, es satisfecho formalmente por el sujeto pasivo (o, en los impuestos sobre ventas, por el destinatario last), pero esto no prejuzga quién acaba soportándolo efectivamente. Puede serlo íntegramente por el comprador (si el vendedor mantiene su precio inicial inalterado, al que se suma la carga), por el vendedor (si se ve obligado a bajar su precio inicial para que se mantenga la demanda), o bien se reparte entre ambos.
Los estudios referentes a la experiencia norteamericana señalan que los aranceles se trasladan a los precios. Si esto ocurre, los empresarios nacionales (que producen bienes como los gravados) pueden aplicar unos precios más altos, con lo que un arancel equivale asimismo a una subvención a tales empresarios, que pasan a gozar de una protección. Los aranceles implican, pues, una transferencia de renta desde los consumidores, que pagan un precio más alto, a los productores. Por otro lado, si los aranceles gravan bienes intermedios (aquellos que se utilizan para producir otros bienes), se incrementan los costes de las empresas, lo que les resta competitividad para sus exportaciones. No acaban ahí los inconvenientes. Al disminuir las importaciones estadounidenses, por los aranceles, habrá una menor demanda de divisas de otros países, lo que hará que se aprecie el dólar, dificultando con ello las exportaciones norteamericanas.
Además, la introducción de aranceles da pie a que otros países también los establezcan, como reacción. La palabra inglesa ‘retaliation’ viene a evocar el sentido del ‘ojo por ojo…’. No obstante, si, como se desprende de los estudios, los aranceles perjudican a los consumidores y a la economía del país que los utiliza, recurrir a esa ‘represalia’ no deja de ser una forma de daño autoinfligido, lo que debería ser, por tanto, poco recomendable.
La principal baza argumental contra los aranceles descansa en el análisis económico de Adam Smith y otros economistas defensores del libre comercio. Hay que partir de la premisa de que, para producir cualquier bien, hay que dedicar recursos (tierra, trabajo, capital) que ya no pueden dedicarse a producir otros bienes. A un país le interesa centrarse en aquellos bienes en los que tenga ventaja comparativa, y recurrir a las importaciones para aquellos otros en los que no la tenga. Si, como consecuencia de los aranceles, se dedica a producir estos últimos, tendrá que desviar demasiados factores a esas actividades, con lo que se generará una asignación ineficiente de los recursos disponibles.
Los aranceles son instrumentos perturbadores de la competencia internacional, pero no son los únicos. También se introducen distorsiones por otras vías, como los cupos o restricciones a la importación, la regulación, el incumplimiento de los derechos laborales o de los estándares ambientales, los inadecuados ajustes fiscales en frontera, o la concesión de subvenciones y de incentivos fiscales a las empresas. Existen medidas distorsionadoras de carácter arancelario, pero también otras muchas de naturaleza diferente. El FMI estima que las barreras internas de la Unión Europea son equivalentes a un arancel del 45% para las manufacturas y del 110% para los servicios. De hecho, Mario Draghi nos invita a «olvidarnos de Estados Unidos», y afirma que «Europa ha tenido éxito en aplicarse aranceles a sí misma». Hay, en fin, otras guerras económicas, algunas encubiertas, pero no por ello menos importantes.