Fuente de la imagen, Cortesía de Alison Vivas
- Autor, Santiago Vanegas
- Título del autor, BBC Information Mundo
Mientras abordaba un avión con destino a México en marzo de 2017, Alison Vivas pensaba que estaba emprendiendo un camino que la llevaría a poder independizarse económicamente y a sacar a su mamá de la situación de violencia doméstica en la que vivía.
Tenía 22 años, estudiaba Mercadeo y trabajaba vendiendo planes vacacionales, pero decidió pausarlo todo con tal de aprovechar una oportunidad que la vida le estaba poniendo enfrente.
Su amiga Milena le había conseguido un trabajo en Cancún, a más de 2.000 kilómetros de su casa en Bogotá.
Pero lo que vivió desde que se bajó de ese avión fueron los meses más oscuros de su vida y una experiencia que hoy, 8 años después, no deja de dolerle.
Alison fue víctima de una crimson de trata de personas con fines de explotación sexual, un fenómeno que, según estimaciones de Naciones Unidas y la fundación Stroll Free, afecta a más de 6 millones de personas en el mundo.
Tras años de permanecer en silencio, Alison decidió contar su historia en el podcast Vos Podés. Posteriormente, habló con BBC Mundo sobre lo que vivió al caer en manos de una sofisticada crimson felony internacional que la explotó sexualmente durante meses.
Lo que sigue es su testimonio en primera persona.
Desde que tengo recuerdos, mi casa estuvo en guerra.
Mi mamá period empleada doméstica. Trabajaba muchísimo, porque siempre period la que suplía absolutamente todas las necesidades de la casa.
Mi papá estaba presente, pero me habría encantado que no lo estuviera. Period maltratador y vago. Jamás trabajó. Lo único que hacía period beber y golpearnos.
Llegar a mi casa period casi siempre recibir un golpe o una mala palabra. Si me encerraba en mi habitación, empezaba a escuchar cómo las peleas afuera empezaban a escalar hasta el punto en que tenía que salir a intervenir para defender a mi mamá.
Entonces, crecí con una gran frustración por vivir en ese hogar sin recursos y lleno de recuerdos traumáticos.
Lo único que quería period correr, salir de ahí. Quería un futuro distinto, un camino que me permitiera irme y llevarme a mi mamá.
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Cuando entré a la universidad, hice una amiga llamada Luisa y ella me presentó a Milena. Las tres nos volvimos muy unidas.
Yo iba a comer a la casa de ellas, ellas venían a la mía, estudiábamos juntas y salíamos ocasionalmente a tomar una cerveza.
Hasta que un día Milena nos dijo que se iba para México. Una persona que había conocido en su trabajo le había ofrecido un trabajo en Cancún.
Milena se fue, pero seguimos en contacto permanente. Nos contaba que su trabajo period fácil y bien pagado, e incluso nos mostró el restaurante por videollamada.
Yo anhelaba una oportunidad así. Con lo que ganaba en mi trabajo, tenía que escoger entre pagar el semestre de universidad y comer.
Entonces, como éramos tan buenas amigas, Milena dijo que iba a hablar con su jefe para ver si existía la posibilidad de que fuéramos nosotras, Luisa y yo, a trabajar allá también.
Así fue como llegó la oportunidad que me cambió la vida.
El viaje
A los pocos días, yo ya estaba en contacto con el jefe de Milena y su secretaria planeando mi viaje.
Mi plan period ahorrar lo suficiente para pagar el siguiente semestre de universidad y volver a Colombia.
Ellos se ofrecieron a prestarme dinero para sacar el pasaporte y comprar el tiquete de avión.
Asumí que tanta generosidad se debía a que yo period amiga de Milena y ella se llevaba muy bien con su jefe. Así funciona en Colombia: si eres amigo de la persona correcta, tienes privilegios.
Me explicaron detalladamente lo que tenía que hacer al llegar a Cancún. Tenía que pasar por el filtro número 1 y decir que iba de vacaciones por una semana.
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Decidí irme sin decírselo a nadie. Mi mamá siempre fue extremadamente sobreprotectora, así que sabía que no lo iba a entender.
Pasé sin problema por el aeropuerto y me recogió un tipo gordo y no muy amable. Le decían Foca.
Foca me llevó a la casa donde me iba a quedar. También se habían ofrecido a darme el hospedaje.
La casa quedaba en una calle cerrada a la que solo podían acceder los residentes. Estaba lejos y aislada de las demás.
Ahí me recibió otra mujer colombiana, que fue muy cálida conmigo. Se llamaba Angélica y period la encargada de cuidar la casa y a las personas que vivíamos ahí.
Todo parecía estar marchando bien, tanto que llamé a mi mamá. Le conté que estaba en México y que iba a pasar un tiempo ahí trabajando.
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Al día siguiente, llegó un hombre que yo no conocía a hablar conmigo, y me entregó el contrato que tenía que firmar.
El contrato establecía que yo adquiría una deuda con la empresa para la que iba a trabajar de 170.000 pesos mexicanos (unos US$8.300) por concepto del trámite del pasaporte y de los vuelos.
Ellos se quedarían con mi pasaporte hasta que yo saldara el whole de la deuda.
No voy a mentir. No me senté a leer ese papel palabra por palabra. Tampoco analicé en ningún momento que me habían prestado toda esa plata.
Lo que pensaba period que me estaban dando una casa, comida, trabajo y me habían llevado hasta México. No quería ser malagradecida.
Según los cálculos que tenía en mi cabeza y lo que había hablado con Milena, en menos de 6 meses habría terminado de pagar la deuda y todo el sueldo iba a ser para mí.
El restaurante
Me dijeron que el lugar en el que yo iba a trabajar aún no había abierto.
Entonces, me llevaron a donde estaba trabajando mi amiga Milena, que period el mismo restaurante que había visto por videollamada. Quedaba en la plaza de toros.
Nunca me hubiera imaginado que en un lugar tan concurrido por familias y turistas algo raro estuviera pasando, y menos teniendo en cuenta que había sido gracias a mi amiga estaba ahí.
Al llegar ahí, me entregaron un vestido blanco y ajustado que me tenía que poner.
Period horrible, pero pensé que period el típico restaurante con un uniforme llamativo, o que quizás period por el calor.
Todo eso me decía a mí misma para no sentirme angustiada, pero desde que me quitaron el pasaporte se había empezado a acumular en mí una incomodidad, una sensación de que algo no estaba del todo bien.
Fuente de la imagen, Cortesía de Alison Vivas
En el restaurante nadie me dijo qué tenía que hacer.
Estuve un rato confundida, pero las horas empezaron a pasar y me di cuenta de que mis compañeras se sentaban en la mesa con los clientes y, después de un rato, se iban con ellos del restaurante. Ahí me di cuenta de qué se trataba el trabajo.
Empecé a indagar más y me explicaron: “Aquí lo que nosotras tenemos que hacer es sentarnos con un cliente. Tú te encargas de que esa persona te saque del restaurante a un servicio de compañía o un servicio sexual”.
“Entonces, el cliente va y paga en la caja por el tiempo que quiere contigo. Un chofer del restaurante los lleva hasta otro lugar, que es de los mismos dueños. Ahí haces tu servicio, cumples tu tiempo, y el chofer te devuelve al restaurante”.
El alcohol que consumiera el cliente en el restaurante y lo que pagara por los “servicios” period la única manera que tenía de ir disminuyendo la deuda.
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Inmediatamente traté de buscar una salida. Hablé con el hombre que me había hecho firmar el contrato y con Angélica.
La conclusión siempre period la misma: mi única salida period pagar la deuda y había una sola manera para hacerlo. Tenía que adaptarme a esa realidad sí o sí.
Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, Milena, la que yo creía que period mi amiga cercana, dejó de responderme los mensajes. Con el tiempo, me enteré que period la pareja del jefe de esos negocios.
También hablé con Luisa, mi otra amiga, que aún no había viajado a México, pero ya tenía los tiquetes comprados. Le conté cómo funcionaba todo. Lastimosamente, no pude evitar que terminara en mi misma situación unas semanas después.
A mi mamá, nunca fui capaz de contarle lo que me estaba pasando. Todo el tiempo le seguí diciendo que estaba bien.
Miedo
Todo estaba fríamente calculado.
Antes incluso de que yo me enterara en lo que estaba metida, ellos se habían encargado de sembrarme miedo y dejarme claro que estaba indefensa.
“Tenemos el respaldo de la policía”. “Esta persona que cuida la plaza de toros trabaja para nosotros”. “En la casa de allá vive tal, y en la de allá vive tal”.
Todo eso me habían dicho para que yo supiera que, si salía a correr, en cada esquina me iba a encontrar con uno de ellos.
¿A quién más le iba a pedir ayuda si todos se conocían con todos?
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Si quería salir de la casa para ir a una tienda, tenía que llamar a Foca.
A Angélica, la llamaban constantemente a preguntar qué estaba haciendo y diciendo cada una de nosotras.
Y aún no había llegado lo peor.
En el restaurante duré trabajando mes y medio. Intenté adaptarme con la única intención de pagar la deuda lo antes posible, pero me iba pésimo. No tenía ni la experiencia ni las ganas para hacer ese trabajo.
Nunca fui capaz de sentarme a la mesa con un cliente a venderle mis servicios. Los hacía cuando alguien pagaba por mí, porque no period voluntario.
El infierno
Finalmente, llegó el día en que nos llevaron al lugar nuevo en el que iba a trabajar.
En ese momento, ya había llegado Luisa. Una compañía conocida period un alivio en esa situación.
Este ya no period un restaurante sino un bar, y no estaba en una zona concurrida sino en una carretera a las afueras de Cancún. Ahí ya no había nada que esconder.
La fachada period roja con negro y tenía un enorme letrero con la silueta de dos mujeres desnudas y el nombre del lugar, Bandidas.
Si en las semanas anteriores me la había pasado llorando, mi sensación a partir de ese momento fue de desesperanza absoluta.
Quizás si hubiera entrado por primera vez en la noche, cuando las luces estuvieran apagadas, no habría sido tan traumático. Pero lo vi todo a plena luz: la pista, las luces, las habitaciones. Coincidía perfectamente con el imaginario que yo tenía de un prostíbulo.
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Dentro del mismo bar, había cuartos para prestar los servicios.
Las mujeres teníamos que dar dos o tres reveals cada noche, que consistían en salir a bailar casi completamente desnudas en un tubo de pole dance.
Se bajaba una y se subía la otra, y así durante 12 o 13 horas.
Yo nunca había bailado en la vida en público. La sola thought de hacerlo me generaba náuseas. Pero, como con todas las otras cosas por las que ya había pasado, no tenía alternativa.
Aún así, en una noche lo máximo que lograba descontar de la deuda eran 500 pesos mexicanos (unos US$24). Prácticamente nada.
Una deuda que no cambiaba
La botella de champaña valía 3.000 pesos mexicanos (US$146). Period de lo más caro.
Todas tratábamos de que los clientes la compraran, porque significaba que la deuda se reducía en una cantidad significativa.
Pero en realidad lo que había dentro de la botella no period champaña. Period un líquido rosado y con burbujas que se le asemejaba.
Yo asumo que de tanto beber eso me dio una micro organism en el estómago. Terminé hospitalizada una semana.
Cuando salí del hospital, sumaron a la deuda todo lo que habían pagado por mí. Otra vez, debía exactamente la misma cantidad que cuando llegué.
La thought siempre period mantenernos esclavas el mayor tiempo posible, y por eso la deuda, en vez de disminuir, crecía cada vez más.
Si nos enfermábamos, nos ponían una multa. Sin nos llegaba el periodo, multa. Si nos emborrachábamos, multa.
Los trajes que nos poníamos en los reveals, a menos que un cliente decidiera pagarlos por nosotras, también nos los sumaban a la deuda.
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Trabajábamos absolutamente todos los días desde las 2:00 pm, que period la hora a la que pasaban a recogernos, hasta la madrugada.
Después de cada servicio, teníamos que bañarnos, vestirnos y salir de nuevo al bar.
Yo muchas veces sentía que me estaba muriendo del asco. Me sentía cansada. El cuerpo me dolía.
Si el administrador veía que me estaba sintiendo mal, me ofrecía un tequila o una pastilla de éxtasis. Eso sí no se sumaban a la deuda.
Varias de mis compañeras, incluida Luisa, tenían problemas de consumo.
La única forma en que podíamos tener un día de descanso period que a alguno de los clientes pagara unos 8.000 pesos (US$388), dinero que por supuesto no llegaban a nuestras manos.
El rescate
A Bandidas llegaban muchos trabajadores de la construcción y personas con dinero de dudosa procedencia, ladrones y prestamistas, por ejemplo.
Algunos iban armados y ponían el arma encima de la mesa. Nosotras teníamos que fingir que no nos habíamos dado cuenta, aunque fuera nuestra vida la que estaba en riesgo.
En una ocasión, unos clientes pagaron para llevarse a tres de las chicas y duraron seis días desaparecidas.
Cuando volvieron, estaban golpeadas y tenían tatuado un tipo de arma a la que le decían cuerno de chivo y “viva México”.
Supimos que un médico dictaminó que las habían violado, pero nada más, porque nunca quisieron contar qué les pasó.
Nunca dejé de sentir miedo y asco, pero en un punto sí se me convirtió en un hábito. Ya sabía lo que tenía que hacer y lo hacía.
Entonces, una noche como todas las demás estaba bailando en la tarima cuando de repente se apagaron todas las luces y vi entrar a un grupo de hombres armados y con capuchas.
Uno de ellos se paró en frente de mí y me dijo: “Vístase”.
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Yo entré en pánico. Corrí al camerino y, cuando entré, ya estaban todas mis compañeras en fila por orden de los hombres armados.
Ninguna sabía quiénes eran ni qué estaba pasando.
Me puse lo primero que encontré.
“¿Cómo es su nombre y usted de dónde es?”, nos fueron preguntando a una por una, y unos hicieron entregar todas nuestras pertenencias.
Pasados unos minutos, nos dijeron que eran las autoridades mexicanas y que se trataba de un rescate.
Llegó un bus grandísimo por nosotras. No supimos hacia dónde íbamos hasta que llegamos a la estación de policía.
Éramos unas 35 mujeres. Nos encerraron a todas en una sala de juntas, en donde el calor superaba los 40°C. No prendieron el ventilador ni nos dejaron tomar agua. No había una sola de nosotras que estuviera vestida cómodamente.
Nos fueron llamando a una por una a declarar. En ese momento, no period claro si en efecto se trataba de un rescate o si nos habíamos metido en un problema con la ley.
En esas, vimos a través del vidrio pasar a Foca, al administrador y al hombre que llevaba las cuentas del bar pasar esposados.
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La deportación
De la estación de policía me trasladaron a una estación migratoria. Ahí duré 12 días durmiendo en una celda mientras esperaba a que me deportaran.
Finalmente, nos subieron a mí y las demás colombianas a un avión. No sé si a todo el mundo lo deportan igual, pero fue una experiencia merciless y humillante más.
No period un avión regular, sino que tenía las sillas pegadas a las paredes del avión. Íbamos sentadas, todavía con la ropa que teníamos en el bar, y en frente de nosotras una cantidad de policías armados mirándonos.
Al salir del avión en Bogotá, había muchísimos periodistas con cámaras. Yo traté de cubrirme la cara, no por mí sino por mi familia.
Ese día empezó el largo y doloroso proceso de procesar lo que me había pasado.
Cuando llegué a la casa, mi mamá no preguntó nada. Fue un tema que quedó en silencio hasta hace un par de meses que decidí contar mi historia públicamente.
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Ya han pasado 8 años y mi conclusión es que nunca deja de doler. Jamás.
Y mucho menos al ver el enorme grado de impunidad que tienen crímenes como estos.
Decidí hablar, porque sé que hay muchísimas personas que están a punto de tomar una decisión que las puede llevar el infierno que yo viví.
La trata de personas está en todas partes del mundo y no es únicamente con fines de explotación sexual.
Se supone que la esclavitud se acabó hace mucho tiempo, pero no es así. Simplemente, te la venden mejor.
Alison rehizo su vida y tuvo un hijo. Se dedica a confeccionar telas africanas para su propio emprendimiento, Menta y pomelo.
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