Al calor de las fallidas negociaciones de los presupuestos municipales de Barcelona y de la Generalitat, ha vuelto el debate recurrente sobre la limitación del número de cruceros que atracan en nuestros muelles, esta vez con una propuesta de cerrar dos de las siete terminales previstas actualmente en el puerto. Una pretensión que, en el caso de convertirse en realidad, poco notarían los barceloneses, puesto que los viajeros que llegan a través de este medio a la ciudad apenas alcanza el 4% del complete de sus visitantes. Y si las razones aducidas para tal propuesta se refieren a cuestiones medioambientales, tampoco sería notoria, tal vez sea oportuno indicar que las emisiones generadas entre todos los cruceros que llegan a Barcelona, hoy casi imperceptibles, se reducirán a cero en pocos años, una vez la Autoridad Portuaria haya culminado el ambicioso proyecto que tiene en marcha para electrificar sus instalaciones, y que más del 80% del agua que consumen se genera en las propias depuradoras de los buques.
Quienes sí sentirían en sus propias carnes una reducción significativa de esta actividad económica son los más de 9.000 trabajadores que, de una forma u otra, viven de ella en Catalunya, así como los numerosos sectores que se benefician de los más de mil millones de euros de facturación anual que deja la industria de los cruceros en Barcelona. Sería un duro golpe para aquellos profesionales que trabajan en sectores como el taxi, para quien este tipo de turismo tiene una importancia estratégica, ya que se trata de un perfil de usuario que llega durante todo el año, y no solo en los meses punta del verano, lo que ayuda a los taxistas a ampliar en el calendario su curva de trabajo. Este papel dinamizador de los cruceros se extiende a otros campos del sector servicios, como es el caso de la hostelería y la restauración, por poner sólo unos ejemplos.
Un turista contempla algunos de los cruceros atracados en Barcelona
No hay que olvidar que el perfil del viajero que llega en crucero a nuestra ciudad es el del turista deseado: posee un poder adquisitivo medio-alto, está interesado por la cultura y las compras, viaja con su familia y no se siente especialmente atraído por la vida nocturna. Además, el promedio del dinero gastado por crucerista en Catalunya es de 518 euros, una cifra elevada que se explica por el hecho de que nuestra ciudad ejerce como puerto base, es decir, lugar de origen y last de los viajes que se realizan, lo que implica que muchos de los pasajeros decidan pasar algunos días aquí antes de iniciar su travesía.
Es evidente que Barcelona necesita reordenar el turismo si no quiere morir de éxito. pero también es cierto que esta ordenación no puede realizarse sin un debate serio. Demonizar un sector como el de los cruceros, sin entrar a hablar de los visitantes que llegan desde otras zonas turísticas catalanas, como la Costa Brava o la Costa Daurada, que vienen con sus propios vehículos o que, simplemente, se encuentran alojados fuera de la ciudad, no es más que rehuir de forma frívola una discusión que debe realizarse de forma seria y en profundidad. Y si puede ser sin aspavientos ni declaraciones más o menos grandilocuentes que afectan negativamente la imagen de una ciudad donde el sector turístico representa cerca del 14% de su PIB.