¿Qué clasificación mundial querrías que encabezara tu país? ¿La de renta per capita? No lo sé, porque una nación puede ser rica por mérito y esfuerzo, pero también por el azar (porque los ángeles divinos te hayan bendecido con petróleo) o la ignominia (porque los abogados del diablo te hayan convertido en un paraíso fiscal). ¿El rating de democracias? En el 90% de los casos sí, porque en los países democráticos se vive mejor que en los autocráticos, pero hay algunas (contadas, pero reveladoras) excepciones. Por ejemplo, tras independizarse del imperio británico, a la isla autoritaria Singapur le fue mejor que a la democrática de Jamaica. La democracia es necesaria, pero no suficiente. La clave del bienestar de una sociedad reside en la calidad de las instituciones, tanto democráticas como burocráticas. Por eso es tan grave que, tras los fuegos artificiales de Trump, Musk esté dinamitando la Administración federal.
¿Qué es la calidad de las instituciones? Básicamente, que lo que la ciudadanía ha decidido que haga el sector público (ya sea limitarse a patrullar las calles en una nación más neoliberal o colmarnos con políticas sociales en una más progresista) se haga de forma equitativa e imparcial, sin privilegios ni corruptelas.
¿Y cómo se mide la calidad de las instituciones? Es muy difícil. Si miramos solo los datos objetivos, lo que llevan a cabo los gobiernos (aprobar leyes de transparencia o crear organismos anticorrupción), la justicia (sentencias por corrupción) o los medios (noticias sobre escándalos y abusos de poder), no solo no tendremos una visión correcta, sino que podría ser completamente deformada. Los países más corruptos son especialistas en producir leyes de buen gobierno. Y en Corea del Norte o Venezuela hay pocas condenas por corrupción.
Por eso, indicadores basados en percepciones subjetivas de expertos, como el que conocimos la semana pasada, el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (TI), son tan relevantes. No hay issue al alcance de la acción humana en (pongamos) una generación que decide más el futuro económico (medido en más riqueza y menos desigualdad), social (más esperanza de vida y mejor protección del medioambiente) o político (menos voto a los populistas) que tu lugar en una clasificación así. Y España está en la posición 46 del mundo, por detrás de la mayoría de la UE, o de Botsuana y Ruanda. Y lo peor no es la mediocre situación, sino la preocupante tendencia. Hace 20 años ocupábamos el puesto 22. ¿Qué nos ha pasado?