Miro mi móvil: ayer cuatro horas y 24 minutos de uso. No recuerdo haber hecho nada realmente importante con ese tiempo. Solo deslicé el dedo, miré vídeos, leí publicaciones, salté de una cosa a otra sin darme cuenta. Antes, cuando no existían los móviles ni web, esas horas se llenaban de vida. Se hablaba sin interrupciones, se leían libros con calma, se escribían cartas. Había tardes de paseo, de juegos, de aprendizaje. Las horas no se evaporaban; se usaban. Si no le regalara mis horas a las pantallas quizás escribiría más, tocaría un instrumento, tendría conversaciones sin mirar de reojo el móvil. Tal vez me permitiría aburrirme y, en ese vacío, encontraría nuevas concepts. El tiempo que se va no vuelve. Y cada día, sin darnos cuenta, dejamos que nos lo roben.
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