Nadie discute que los jóvenes han de adquirir competencias en el manejo de las herramientas digitales, que van a modular —ya lo están haciendo— la vida private, social y económica de toda la ciudadanía. La cuestión sigue siendo dar con la mejor forma de adquirirlas, porque crece la preocupación por los efectos adversos que su omnipresencia tiene sobre los niños y adolescentes en un momento essential de su neurodesarrollo.
El Departamento de Educación de Cataluña ha encargado a una comisión de expertos que analice el uso que se hace de pantallas y dispositivos y el impacto que tienen sobre el aprendizaje y la salud psychological de los escolares. El objetivo es establecer los requisitos para una digitalización responsable de los centros educativos. Cataluña ya dictó en 2024 instrucciones a los centros para que prohibieran la presencia de teléfonos móviles en la educación infantil y primaria y limitaran su uso a actividades pedagógicas en la ESO. Ahora se plantea limitar también el uso de todo tipo de pantallas y ordenadores en el aula y la conveniencia de ampliar a la ESO la prohibición del móvil. El debate se ha abierto en otras comunidades autónomas.
Abundan los estudios que alertan sobre las posibles consecuencias del abuso de las pantallas. Es conocido el efecto adictivo que tienen muchos contenidos por el uso de algoritmos programados para reclamar sin cesar la atención de los escolares. El resultado es que generan ansiedad y dependencia. También es conocida su influencia negativa sobre la capacidad de interacción en las relaciones personales y su peso en fenómenos sociales muy nocivos como la desinformación o el acoso escolar y sexual. Asimismo, hay datos que apuntan a una huella dañina en las estructuras neuronales que modulan los procesos cognitivos, entre ellos la capacidad de atención, la percepción, la memoria o la retención de la información.
Abordar estas cuestiones es clave para asegurar un uso responsable de las tecnologías digitales en el ámbito educativo. Pero la presión ambiental es tanta que el problema se extiende más allá del aula. Según un estudio de la organización sin ánimo de lucro Commom Sense Media, cuatro de cada cinco adolescentes disponían ya en 2016 de un teléfono inteligente, lo que implica un acceso ilimitado a web y una exposición permanente a las redes sociales. Otro de la Universidad de Birmingham concluye que prohibir el móvil en el aula no mejora el rendimiento ni el bienestar emocional de los alumnos si no se toman medidas para evitar que compensen la prohibición con un mayor uso fuera de la escuela, que es lo que ocurre con la ley seca digital. El estudio corrobora que hay una clara correlación entre el exceso de pantallas y el deterioro de la salud psychological de los escolares. Urge, por tanto, conocer bien el impacto de las tecnologías para aprovechar sus ventajas y evitar sus efectos indeseables.