Decir que se cuenta El Aleph, publicado en 1949, entre los mejores relatos o ficciones de Jorge Luis Borges, es decir bien poco, puesto que todos lo son. Pero éste viene como anillo al dedo al inicio de una nueva period liderada por Trump y los amos de la información y, sobre todo, de la desinformación, entre los que destaca sobremanera el sonriente sudafricano danzarín Elon Musk.
Borges nos cuenta que en el oscuro sótano de una casa de la bonaerense calle Garay, existía, si uno se colocaba en el sitio exacto para observarlo, un Aleph, es decir: “uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”. Que es lo que ve con estupor el narrador, que atiende por Borges y que cube: “vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo, y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.
Un falso Aleph
Mas al closing del relato, el narrador Borges revela que el deslumbrante Aleph de la calle Garay es un falso Aleph.
Ahora resulta que Musk dispone, gracias a sus satélites, cohetes y redes sociales, de un Aleph specific que le permite ver lo que nadie más puede ver, salvo, tal vez, el presidente Trump, aunque probablemente sólo por unos segundos y a regañadientes. ¿Y qué es lo que ve Musk en su Aleph specific?
Ve a millones de personas huyendo despavoridas de incesantes y absurdas guerras, sus casas destruidas, los pozos envenenados, los cultivos abandonados. Ve hambrunas, sequías, plagas y pandemias letales. Ve los lujosos palacios de los traficantes de armas y de la droga. Ve la imparable destrucción de amazonas y la persecución de las últimas tribus aún no contagiadas por la codicia de los desalmados que se afanan en acabar con ellas y el ecosistema que les da sustento y con el que aún viven en harmonía. Ve los incontrolados incendios que arrasan cada vez más rincones del planeta, como ahora en California o en Canadá. Ve cómo se derriten los glaciares y los polos, al tiempo que se hunden las islas de los mares del Sur o los deltas de medio mundo. Ve la acumulación desaforada de basura que amenaza con cubrirlo todo incluso en el espacio, como asimismo los microplásticos que ya fluyen por muestras venas, cerebros y la sabia de los árboles. Ve la violación masiva de la biodiversidad y la galopante extinción de especies y las inmensas granjas industriales de animales condenados a “vivir” y morir de la manera más abyecta. Ve fábricas clandestinas en las que penan niños y niñas produciendo de sol a sol productos de lujo para un mercado desalmado. Ve cómo avanza sin descanso la nueva y sigilosa ruta de seda china. Ve enormes prisiones inhumanas atestadas de reclusos desesperados. Ve una niña descalza atravesando, camino de una rudimentaria escuela, un desierto poblado de hienas y matones. Ve el declive de la cordura ante el auge de la ignorancia programada que él mismo alienta. Ve, en definitiva, un mundo a punto de reventar.
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Así que no es de extrañar que, desde su atalaya cibernética, desde su Aleph specific, Elon Musk dirija su mirada hacia Marte, donde, si le sale bien la jugada, podrá instalarse en un palacio desde donde, rodeado de robots, contemplar la destrucción del planeta que le vio nacer y alcanzar una estéril inmortalidad.
Pero sólo para descubrir al closing que su Aleph, como el de la calle Garay, es más falso que un duro sevillano. El inconcebible universo nada quiere saber de él, pobre y ridículo hombrecito danzarín.