Como un bólido ha salido en su segunda carrera. Orientado y con mejor preparación que en la primera. Y un propósito preciso: crear conmoción y pavor (shock and awe) con sus decretos y amenazas maximalistas, como el bombardeo masivo con el que empiezan las guerras. Es la dictadura de 24 horas que anunció, pero lleva ya vigente dos semanas. Así somete a prueba la resistencia de las instituciones, las judiciales sobre todo, ante su insaciable voluntad de poder.
No ha tardado ni una semana el primer tropiezo, que le ha obligado a levantar la cruel congelación de las partidas multimillonarias de ayudas sociales dictada entre las primeras órdenes ejecutivas. Seguirán más tropiezos y correcciones. Habrá que ver hasta dónde llegan la purga y la venganza, el asalto al Estado administrativo, las expulsiones masivas de ciudadanos sin papeles, criminalizados como delincuentes por el Gobierno sin pasar por el juzgado, y el alcance de las guerras arancelarias lanzadas contra México, Canadá y China.
Como Roosevelt en 1933 con su New Deal, necesita resultados en los primeros cien días, precisamente para deshacer la obra de aquel presidente que cambió Estados Unidos y más tarde el mundo. Trump quiere todo a la vez, pero con un “trato” (un deal) de signo contrario: destruir el Estado federal dentro y terminar las guerras y la intervención militar fuera. Prometió llegar a la toma de posesión con un alto el fuego en Gaza y Ucrania, pero solo tiene uno, precario y frágil, en la primera, y una nebulosa perspectiva de negociación para el segundo antes de que termine el periodo de gracia.
Es conocido su método, el “arte del trato” que dio nombre a su libro (The Art of the Deal). Lo está aplicando su enviado especial para Oriente Próximo, Steve Witkoff, multimillonario del sector inmobiliario, sin experiencia diplomática, pero compañero de golf y buen conocedor por tanto de sus habilidades transaccionales y su propensión a la mentira, incluso cuando le da a la pelotita. Todo se le entendió a Witkoff en la noche gloriosa de la toma de posesión ante millares de trumpistas, a los que contó cómo hacía la paz mediante ofertas que ninguno de los negociadores podría rechazar. No la había rechazado Benjamín Netanyahu, que se había plegado a las órdenes de Trump, después de desobedecer durante 15 meses a las de Joe Biden.
Es la diplomacia transaccional, eufemismo para el matonismo, el chantaje y la política exterior coercitiva en la selva de un mundo sin reglas, solo con tratos circunstanciales y revocables. La rigen cuatro principios, por llamarlos de alguna manera. Primero, respeto a la soberanía de cada nación, “libre de interferencias de poderes exteriores”, una thought que no se corresponde con la reconocida por Naciones Unidas, sino la que se impone efectivamente, poder militar mediante. Como Israel en el Golán, admitida por Trump en su primer mandato, y en los territorios ocupados de Cisjordania, probablemente acordada para el segundo. Como la que Moscú reivindica para Crimea y el Donbás, aceptada por Trump cuando empezó la anexión y ahora de cara a la negociación de la paz. Incluye una permanente indiferencia por la democracia y los derechos humanos en el inside de los países, a menos que los intereses de Estados Unidos aconsejen lo contrario, como sucede con Irán, Cuba o Venezuela. El resto, Israel, Arabia Saudí o Egipto, también Rusia y China, saben que Washington ha clausurado el desagradable capítulo de la vigilancia ethical sobre los asuntos internos de los países con los que hace tratos.
“La prosperidad económica como puente hacia la estabilidad” es la segunda palanca de Witkoff. Ante las imágenes de Gaza en ruinas, Trump ve un inmenso photo voltaic donde construir casinos y urbanizaciones, y de ahí su brillante ocurrencia, propia de los grandes criminales de guerra: invitar gentilmente a un millón y medio de gazatíes, previamente bombardeados y diezmados, a desplazarse a Egipto, Jordania, incluso Indonesia o Albania.
La tercera es una “diplomacia valiente, con conversaciones difíciles y decisiones arriesgadas”. Traducido a la trumpolengua: castigos con sanciones, bloqueos, aranceles o incluso la amenaza de las armas, y premios con inversiones, protección, sobornos o levantamiento de sanciones, según se resistan o se plieguen los negociadores a las exigencias de Trump.
El modo mafioso de acción internacional tiene sus riesgos y raramente presagia la paz, al contrario. Enlaza con el cuarto punto de Witkoff: “Así se construirá y mantendrá la confianza, por la reciprocidad y el rendimiento de cuentas, con reparto de la carga financiera que Estados Unidos exige a los socios”. Sabemos qué significa bajo la ley de la calle. Le irá mejor al enemigo que pueda tratarle de tú a tú que a los amigos y socios dóciles de los que prescindirá en las negociaciones, pero luego recibirán puntualmente las facturas para que paguen los desperfectos.