Vamos a predicar un poco más en el desierto.
La prisa que se ha dado Trump en culpar a los presidentes demócratas del desastre aéreo sobre Washington no es muy diferente de la que se dio el PP al responsabilizar a Teresa Ribera y la Confederación del Júcar de los efectos de la dana o al atribuir a ETA en connivencia los socialistas el atentado del 11-M. Algo así como que la entonces vicepresidenta estaba demasiado liada como para avisar de las lluvias. Pero, ojo, esta vez Trump aporta cosas nuevas: la culpa también es de los discapacitados. Veamos.
Las disaster estallan y no por ellas se juzga a un gobernante, sino por cómo las gestione. Y la que ha exhibido el presidente entra en el terreno del fascismo, una palabra que a muchos nos suele dar alergia para no frivolizar, pero que hoy encaja al pelo. Trump atribuye a la política de inclusión de personas “con discapacidad intelectual grave, problemas psiquiátricos y otras afecciones mentales y físicas que incluyen audición, visión, falta de extremidades, parálisis parcial, parálisis completa, epilepsia, discapacidad intelectual severa, discapacidad psiquiátrica y enanismo” los males de la aviación estadounidenses. Todo esto se ha molestado en decir, cuando el primer dato conocido es que solo había un controlador donde debía haber varios, como ha revelado la prensa. Que fuera cojo, manco, ciego, sordo, acondroplásico, epiléptico o que tuviera muñones o prótesis no consta en la información. Y el programa piloto para incluir a personas con estas discapacidades en “tareas” de tráfico aéreo data precisamente de 2019, durante su mandato. Si entraron fue precisamente gracias a él.
Pero la verdad es ya una entelequia que circula en paralelas distintas a las de Trump y sus votantes, que han renunciado colectivamente a esa ambición que nos solía importar. El tiempo de los valores que cimentaron nuestro mundo se esfuma, y en su lugar revive la peor esencia de la humanidad, la de los periodos en que no sabemos contener la maldad. El libro Azúcar, del holandés Ulbe Bosma, recuerda cómo las potencias europeas trasladaron y esclavizaron a 12 millones de africanos en algo muy parecido a un exterminio durante siglos. Había protestas, había campañas de boicoteo para no endulzarse el té, pero tardaron demasiado en lograr su efecto. Hoy vemos comenzar las deportaciones salvajes, oímos las maledicencias sobre los discapacitados y veremos campos de concentración en Guantánamo o Albania, nada que no nos enseñara antes Hitler. Los desharrapados de la tierra seguirán siendo sacudidos por los poderosos, como en los peores tiempos. Lo dicho: nos queda la voz en el desierto.