“Con una nueva injusticia, no se elimina la vieja; insensatamente, promueves la calamidad… ¡Sé humana con todos los humanos!”, advierte la prudente Ismene a su terca hermana Antígona. A pesar de los atinados consejos de la mayor, como es sabido, nada ni nadie podrá evitar que la hija de Edipo dé sepultura a su hermano Polinices. Al ultimate… con razón o sin ella, todos los que han nacido para vivir mueren, presas del odio. ¡Un clásico!
Promotores de calamidades. Así aparecen ante la opinión pública Gobierno y oposición cuando, en el Congreso, el uno por el otro se acaba jugando con la revalorización de las pensiones, las ayudas al transporte público, a los damnificados en La Palma o por la dana. En su lógica filibustera explicit, todos tienen sus razones. En realidad, ninguno la tiene.
Gobernar pensando solo en cómo aislar y humillar a tus rivales es, además de contraproducente, injusto
Así, las últimas decisiones de Junts contra iniciativas del Gobierno, en especial su negativa a apoyar el presupuesto para el 2025, cuestan de entender y más si se justifican por un supuesto incumplimiento de lo acordado a saber dónde y con quién. Ni es de recibo atribuir los obstáculos de la amnistía al Ejecutivo (recuerden que una de las piedras angulares de un Estado de derecho es la separación de poderes) ni se sostiene por ninguna parte que, en esta legislatura, se esté incumpliendo el compromiso de protección y extensión del uso del catalán en las instituciones. Su uso ya ha sido reglamentado en las Cortes y el ministro Albares lo ha situado en la agenda europea desde el primer día. Por mucho que a los de Junts les apremien desde Aliança Catalana con su agenda xenófoba, también es delirante presuponer un plan de deportación masiva de ciudadanos latinos y magrebíes a Barcelona orquestado desde la Moncloa, para desnacionalizar Catalunya, que solo se podría evitar con el traspaso de competencias.
Como es calamitoso que Barcelona en Comú se desentienda de los presupuestos en Barcelona, con la presentación de más y más exigencias y con su defensa numantina de una medida tan bienintencionada –la reserva de un 30% de pisos de protección oficial en las nuevas promociones– como errónea. La demonización, en su día exagerada, de la alcaldesa Colau y de sus políticas de pacificación del tráfico no justifica echarse de nuevo al monte del maximalismo, también conocido como el de la irrelevancia, por cierto.
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También es lamentable que Oriol Junqueras resucite su vieja agenda de confrontación con el Gobierno, contra el Govern, contra todos… supuestamente por incumplidores y españolistas. Negar los presupuestos de la Generalitat con el argumento de que todavía no se ha formalizado la “soberanía fiscal” es cuando menos chocante, teniendo en cuenta que el mismo Junqueras ha sido conseller de Economia y conoce la complejidad técnica de lo acordado.
Que conste que también yerra el PP aferrándose frenéticamente a combatir una ley –la de Amnistía– que solo parece servir de arma a su pasión antisanchista. Porque tan cierto como que no fueron nobles razones las que inspiraron la ley de olvido penal, lo es que solo su aplicación completa podrá normalizar plenamente el juego político y, más importante, podrá permitir seguir progresando juntos.
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Se equivoca finalmente el PSOE abonando a diario el frentismo entre las dos Españas, conmemorando la muerte de Franco, en vez de favorecer efemérides más transversales, como la transición o el cincuentenario de la Constitución. Porque ni la injusta oposición que ejerce la derecha –insultando por doquier y querellándose hasta contra el conserje de Ferraz– justifica sembrar nuevos enfrentamientos civiles y territoriales entre españoles.
Como ha demostrado el bloqueo de la ley de Amnistía, si el presidente pretende acometer grandes reformas, algunas incluso para convertir España en un Estado de tipo confederal, el concurso de los nacionalismos periféricos es imprescindible, como lo será también el del PP, guste o no el primer partido de España. Porque gobernar con audacia es legítimo, pero hacerlo solo pensando en cómo aislar y humillar a tus rivales es, además de contraproducente, injusto, para tus legítimos adversarios, y para tus propios votantes, muchos de ellos simplemente partidarios de que las cosas vayan bien, gobierne quien gobierne. Nuevas injusticias nunca repararán las viejas. Tan solo acarrearán nuevas calamidades.