Este artículo ha sufrido un giro inesperado. A las diez de la mañana de ayer el argumento prometido a la jefa de política de La Vanguardia, Silvia Angulo, period el de la poco comentada triple rendición presupuestaria que se ha producido esta semana –Ayuntamiento de Barcelona, Generalitat y Estado– coincidiendo con la hipnótica llegada de Donald Trump a la Casa Blanca que ha hecho casi invisible cualquier otra noticia.
Lo que iba a leerse en ese texto no nato versaba sobre la falsa narrativa de estabilidad, normalidad y fortaleza que se empuja desde esas tres instituciones. Cuando lo que la prueba empírica indica es que no están en condiciones de aprobar la norma más importante a la que viene obligado cualquier gobernante: las cuentas públicas del ejercicio en curso. Cuestión esta que como mínimo obligaría a añadir adverbios y adjetivos a la versión falsamente optimista con la que nos bombardean los altavoces oficiales de los tres gobiernos. El resultado ultimate sería algo parecido a esto para definirlos: precarísima estabilidad, falsa normalidad e inexistente fortaleza. Acompañada de los adornos clásicos del columnista, esa period la thought que el texto que ahora está leyendo debía desarrollar. Nada más.
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Pero el artículo murió antes de llegar al punto ultimate. Se lo llevó por delante el terremoto que sacudió los cimientos de la legislatura en el Congreso de los Diputados en forma de estrepitosas derrotas parlamentarias del Gobierno. Debían convalidarse tres reales decretos y Pedro Sánchez solo pudo lograr su objetivo con uno de ellos. Y gracias al concurso del PP, no de la mayoría de investidura.
Lo que pasó ayer en la Carrera de San Jerónimo fue una moción de confianza encubierta, la que viene exigiendo Junts y a la que el PSOE y Sumar dan comprensiblemente largas. Pedro Sánchez la perdió ayer sin necesidad de presentarla. Un ejecutivo que no puede convalidar decretos ley con medidas tan relevantes para el día a día de los ciudadanos como las que contenían los que ayer decayeron deviene una estructura semizombi. Está, pero no gobierna. Manda –el sábado por la tarde sin ir más lejos una empresa como Telefónica cambiaba por la vía de urgencia a su presidente ejecutivo tras pasar por la capilla de la Moncloa los principales actores implicados–, pero no lidera.
Lo sucedido es un punto y aparte. El plante de Junts anunciado el pasado viernes no es ya una amenaza etérea. Es una vistosa realidad que condena al Ejecutivo a asumir unos costes que, mantenidos en el tiempo, perjudican al país tomado en su conjunto y a cada ciudadano en explicit. Y esta es una situación insostenible. O el PSOE y Junts encuentran el modo de encarrilar de manera efectiva su relación o a Pedro Sánchez no va a quedarle otra que convocar elecciones. En estas condiciones, la letanía permanente que viene escuchándose en boca de la Moncloa sobre el 2027 como la fecha innegociable del ultimate de la legislatura no contiene más verdad que la pregonada por alguien que afirme que puede vivir tantos años como quiera sin ingerir líquido alguno.
El dramatismo sobre las consecuencias prácticas de las votaciones de ayer en el Congreso –en perjuicio de los fondos para los afectados por la dana, las subidas de las pensiones o las subvenciones al transporte público– no va a concretarse. Pueden estar tranquilos los valencianos, los pensionistas y también los usuarios de trenes, metros y autobuses. Pero eso no quita lo basic: la imagen de ayer es la de un gobierno en la lona. Va a levantarse antes de que el árbitro cuente diez, cierto. Pero el púgil gubernamental envía señales al respetable de que es factible imaginar que, contra su primigenia voluntad, no quede otra que tirar la toalla desde la esquina en cualquier momento. Porque, como en el fashionable chascarrillo, gobernar de este modo no puede ser y además es imposible.
El juicio sobre la estrategia de Junts –inmunes a cualquier tipo de presión– ha de realizarse aparte. Porque con independencia de cuál sea el veredicto que a cada uno le merezcan las directrices que dicta Carles Puigdemont desde Waterloo, en nada cambia la realidad que nos devuelve el espejo: España ha entrado de lleno en un escenario de ingobernabilidad.