Costitx es un pequeño pueblo balear situado cerca de la ciudad de Palma. Allí, en el santuario de Son Corró fue encontrado en 1894 uno de los grandes tesoros de la cultura talayótica: Los Caps de Bous (las cabezas de toros). Datados entre los siglos V y III a. C, desde 1895 forman parte esencial del recorrido por el Museo Arqueológico Nacional (MAN) junto a las icónicas damas íberas y el sepulcro de Pozo Moro. Las tres cabezas de toro que conforman el impactante grupo escultórico ofrecen ahora una nueva dimensión del pasado gracias a las esculturas creadas por Bernardí Roig (Palma, 59 años) con la exposición Caps [y] Bous. El tercer cuerno que se puede ver desde el miércoles 22 hasta el 25 de mayo. La espectacular intervención de Roig supone una de las escasas ocasiones en las que el arte contemporáneo se arrima a los cimientos del pasado. El conjunto es un recorrido que conduce a la búsqueda del tercer cuerno de los bous que arranca en los jardines lindantes con la calle Serrano, prosiguen por los patios interiores, se pasean por las esculturas ibéricas y se levantan cerca de las joyas talayóticas de Costitx. La exposición ha sido producida por el MAN en colaboración con el Institut d’Estudis Balearics, entre otras instituciones públicas y privadas.
Desde primera hora del lunes, con el museo cerrado al público, Bernardí Roig y el equipo de la fundición con los que habitualmente trabaja daban los últimos toques a la colocación de las siete obras de muy diferentes tamaños y materiales que conforman la exposición. Han estado trabajando toda la tarde y noche del domingo aprovechando la ausencia de visitantes.
Convaleciente de alguno de los muchos virus que estos días atacan sin piedad, Roig celebra que la lluvia llegue justo después de colocar la verja de esmalte sobre hierro que se iluminará cuando se ponga el sol. No es la primera vez que este artista mallorquín expone en un museo de contenido histórico. Lo ha hecho dos veces en la Phillips Collection de Washington (en diálogo con Goya primero y después ante Daumier), en el Nacional de Escultura de Valladolid, el Lázaro Galdiano en Madrid, Ca’ Pesaro en Venecia o la catedral de Burgos.
Traspasada la verja del Jardín de las Arqueólogas y ya dentro del patio norte, Roig muestra la cartela de la pieza que da nombre a la exposición: El tercer cuerno, un santuario hecho con poliestireno, led y aluminio. Una cabeza de toro con un cuerno dorado parece mirar en diagonal hacia las tres esculturas de Costitx. La pieza es monumental: 540 x 150 x 150 centímetros. Junto a la obra, Roig cuenta cómo nació este proyecto. “Después de la remodelación del museo, en 2014, recorrí estas salas montones de veces y siempre acababa en el mismo sitio: las tres cabezas de toro de Costitx. Empecé a dibujarlos de forma obsesiva sin poderlas sacar de mi cabeza. Luego, ya en 2020, cuando estaba preparando la exposición La afonía del Minotauro para el Pompidou Málaga, decidí que la cabeza del animal que encerraría en el laberinto fuera este bou encerrado en la escultura. Hice una réplica en bronce y le propuse a la directora del museo, Isabel Izquierdo, un proyecto en el que se abordase la sedimentación de las miradas que cambian el significado de los objetos que custodia el museo. Ahí nació el tercer cuerno”. Izquierdo aceptó la oferta de Roig con la única condición de que la colección permanente no se viera alterada ni modificada.
Fábulas y leyendas
La leyenda que narra cómo fueron encontradas las cabezas de toro es clave para entender la exposición: “Esa fábula sobre lo fortuito nos habla de como el azar mezclado con la imaginación de la cultura in style produce un giro en la historia de un objeto”, explica el artista. “Sería a principios de marzo de 1895, en plena regencia de María Cristina y gobernando Sagasta, cuando un labriego con la espalda arqueada de tanto trabajar le propone a su capataz, Juan Vallespir, propietario del predio de Son Corró, desplazar unas enormes rocas para ampliar el terreno de siembra. Anochecía, cuando se escuchó un sonido metálico. Un click on rabioso que partió la noche en dos, después se oyó la frase essential: ‘!Hem arriba a l’infern!’. A partir de ese choque con el metallic, resultado del extravío de la azada, que también debió sonar dentro de mi cabeza ciento treinta años después, empieza el itinerario de la exposición”.
Como una metáfora encadenada, el visitante descubrirá varias sorpresas en el patio dedicado a los bustos romanos. Entre aristocráticas cabezas a las que el paso del tiempo ha dejado sin nariz, destaca la Cabeza de Aníbal J. (2024), un ilustre personaje que se distingue por su enorme nariz dorada.
En la conversación que se prolonga durante el recorrido por los patios, Roig denomina anomalías a cada una de las esculturas desplegadas por el museo. Y cuando se le pregunta por sus primeros recuerdos de los bous de Costitx, evoca el famoso póster del Ministerio de Turismo de 1969 con fondo rojo. “Lo vi en una librería de Palma a principios de los ochenta. Period una imagen frontal de gran impacto visible. Sin duda, los bous de Costitx son la joya de la cultura talayótica balear, pero sigo sin entender la cantidad de mallorquinidad comprimida que hay en esos tres bronces. De hecho, siempre ha habido una vía de investigación en la que no se asegura que estuviesen hechos en Mallorca, sino que los pudo traer un barco fenicio. Quizás la verdadera identidad mallorquina sea su vocación mercader porque a las pocas semanas de encontrarlos ya los habían vendido por 3.500 pesetas”.
Los Caps de Bous de Costitx han sido reclamados en diferentes ocasiones por los sucesivos gobiernos de las islas. La opinión de Roig sobre el asunto es clara: “Sería fabuloso si pudiesen volver a Mallorca, incluso aunque fuese temporalmente, o mejor aún, a Costitx y se mostrasen en el santuario de Son Corró, pero lo que sería maravilloso sería volverlos a enterrar en el lugar donde los encontró el labriego de la espalda quebrada que creyó que había llegado al infierno. Eso sí que sería una auténtica devolución. Los devolveríamos a las entrañas del tiempo. Dicho esto, uno pertenece a lo que ama, yo amo tanto los bous como al busto de Nefertiti y los amo porque los puedo ver, unos están en el MAN y el otro en Altes Museum de Berlín. Pero me da igual donde estén, sé que existen y han formado mi capacidad de mirar porque cuando miro algo acabo viéndome. Soy un engendrador de reflejos”.