Que hace frío en Washington no les importa en absoluto a Jerry y Meghan. Los dos son expertos en el asunto. “Somos de Nebraska, del norte de Nebraska, y sabemos bien lo que es el frío”, responde Jerry.
Este matrimonio acaba de bajar del tren en Union Station, desde donde se observa el Capitolio, para festejar la vuelta al poder de su ídolo. Los dos lucen gorras negras de MAGA. Jerry es un veterano del Ejército, con misiones en Irak y destinos en los Balcanes, Alemania o Hungría. “El frío no nos puede parar”, cube Meghan”. “Hemos estado esperando mucho esta fiesta”, tercia él.
A ellos les preocupa que cuentan con dos invitaciones para la inauguración, prevista inicialmente en el Mall, esa ruta que conecta el Congreso con la Casa Blanca. Pertenecen al grupo de más de 250.000 personas que disponen de ese pase. Sin embargo, al trasladarse el festejo al inside de Capitolio, debido a las bajas temperaturas previstas, la fiesta standard será en el pabellón de baloncesto de los Wizard, con aforo para 20.000. “No sé cómo lo resolverán, pero, sea como sea, vamos a celebrarlo”, concluye Meghan.
El despliegue de seguridad que se ha estado preparando desde hace un año, se ha tenido que improvisar y ha desconcertado a los asistentes. Pero hay un grupo que se declara satisfecho: el servicio secreto.
La agencia que se encarga de velar por la seguridad del presidente ha tenido unos meses muy malos, después de que en julio una bala rozara la oreja de Donald Trump durante un acto en Pensilvania y un segundo intento abortado. El cambio del exterior al inside es como un regalo para estos agentes tan estigmatizados. Entre 250.000 espectadores siempre es posible que se esconda un lobo solitario. En un espacio más controlado y solo con invitados VIP, esa posibilidad se cut back y desaparece.
El servicio secreto, satisfecho por los cambios: el riesgo de un ‘lobo solitario” se cut back
A escasas 24 horas de la toma de posesión de Donald Trump, la ruta entre los dos grandes puntos de poder en el centro de la ciudad se convierte en un recorrido de calles vacías de vehículos, llenas de vallas y puertas en medio de las avenidas, barricadas. Pero también en una invasión de gente como Jerry y Meghan. Todo son gorros y camisetas en honor del nuevo presidente, banderas del movimiento trampista y una presencia masiva de uniformados.
Como dato, se han instalado más de 48 kilómetros de vallas de defensa elevadas infranqueables, más que nunca comparado con cualquier otra toma de posesión. El despliegue humano suma 25.000 miembros de las fuerzas de seguridad, entre los cuales 4.000 procedentes de otras ciudades y 7.800 militares de la Guardia Nacional. A los helicópteros habitualmente tan visibles y ruidosos, les acompañarán los drones de vigilancia.
Y pese a todo, la sensación es que esta vez la ciudad está menos militarizada y menos en alerta que hace cuatro años, cuando este acto se produjo dos semanas después de la insurrección contra la victoria de Joe Biden y se temía una acción de las milicias de la extrema derecha. Ahora no tienen motivo alguno para atacar.
La multitud se hace más patente cerca del pabellón deportivo, donde el próximo presidente celebra un mitin de la victoria. La cola para entrar, ya de ida y vuelta, se dobla, cuando faltan dos horas para que abran las puertas y unas cuantas más para que intervenga el líder.
“Hemos invadido la capital del país, la hemos conquistado, pero no por las armas sino por los votos”, proclama Alexis, que está junto a un escenario con un cartel chocante: “Motoristas y amish por Trump”. “¿Es raro verdad?”, se cuestiona ella misma, consciente de que los amish, salvó que vayan de paquete, no conducen vehículos.
A diferencia de hace ocho años, la resistencia al trumpismo ha desaparecido. Solo algunos vecinos de la ciudad expresan de forma discreta su disgusto por lo que ven. Dicen que muchos residentes han aprovechado estos días para viajar.