Más de seis años de residencia en Waterloo es tiempo suficiente para acostumbrarse a mantener firme el vehículo pese al hielo en el camino. Con temperaturas bajo cero, también en las relaciones entre el PSOE y Junts, Carles Puigdemont va al volante de la legislatura y exhibe su capacidad para desestabilizar al Gobierno, aunque no lo haga caer. El líder de Junts reclamó hace semanas un punto de inflexión en la relación con los socialistas con la advertencia de que habría consecuencias desagradables y, aunque descarta la moción de censura, ya ha incluido en su relato la conveniencia de que, sin los votos posconvergentes, Pedro Sánchez debería convocar elecciones.
Puigdemont ha congelado las negociaciones políticas con el Gobierno y deja el termostato en manos del PSOE. Si cumplen con los pactos, sentirán el calor de los diputados de Junts; si no cumplen, padecerán frías derrotas en el hemiciclo. De momento, según fuentes de Junts, los movimientos del Gobierno no pasan de las palabras a los hechos y, aunque la vicepresidenta María Jesús Montero y el ministro Félix Bolaños canten al diálogo, es el ministro del Inside quien destempla a Puigdemont.
El líder de Junts se exhibe con su matrícula del 1-O y deja en punto muerto la legislatura
El Gobierno ha pasado de no aceptar la “humillación” de Junts a ganar tiempo posponiendo la decisión de la Mesa del Congreso sobre la propuesta para debatir que Sánchez se someta a una cuestión de confianza. Ganan “poco tiempo si no pasan cosas”, sostienen en Junts. No hay contactos con el PP en busca de un gobierno alternativo, lo que no impide a los populares aprovechar la oportunidad para afianzar la imagen de que el de Sánchez es un Gobierno débil y sin margen de maniobra. Hasta Puigdemont lo justifica.
La ruta trazada por el expresident pasa por forzar el desenlace de la negociación de la transferencia de las competencias en inmigración mientras inflige un castigo que en el PSOE ya dan por descontado. En el pleno de la semana próxima votará en contra de la convalidación de los decretos para la actualización de las pensiones y la tasa energética. Los socialistas se han asegurado una victoria de mano del PP en el primero; y una derrota anunciada por la oposición de Junts y el PNV, en el segundo. Si no hay avances, el deadline fijado por Puigdemont es la reunión que reclama en Suiza con el mediador internacional para dejar constancia del estado de cumplimiento del pacto de investidura.
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¿Y después? El sit and wait de la pasada legislatura. Junts no negociará unos presupuestos que ya se vislumbraban imposibles por las demandas incompatibles de los socios. La mayoría de la investidura es plurinacional pero hay votos en las antípodas en el eje izquierda-derecha. Ni siquiera hay unidad independentista. Puigdemont y Oriol Junqueras restaron trascendencia a su encuentro esta semana. La cita convenía a la cúpula de ERC porque, finiquitados los canales tendidos con Marta Rovira en Ginebra, necesitan oficializar el relevo. Al álbum sumarán una foto con Sánchez.
Pero la reunión es solo una tirita en las relaciones entre partidos independentistas para aliviar las heridas de la ruptura del 2017. No hay hoja de ruta conjunta porque las posiciones y las circunstancias de ERC y Junts no casan. Los votos de los posconvergentes son indispensables en Madrid y generan mayorías alternativas, mientras que los de ERC son indispensables y nada más, lo que limita las consecuencias políticas de sus amenazas. “En Catalunya somos oposición parlamentaria e ideológica; en Madrid, socios exigentes”, describen. Han endurecido su posición cansados de “negociar seis veces lo mismo” y porque “el cuento de que viene la ultraderecha no puede durar siempre”. Los incumplimientos no los paga el PSOE, los ha pagado ERC en las urnas y, con la lección aprendida, plantan a Salvador Illa.
El terreno de juego es limitado y no cabe más que la conllevancia. Puigdemont no bajó las escaleras para recibir al líder de ERC, salió de casa al volante del legado del 1-O en forma de matrícula de coche con Junqueras de copiloto y, con el mismo coche y sin avances con el PSOE, ha dejado la legislatura española en punto muerto.