El mundo que surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, basado en consensos globales y su andamiaje institucional y salvaguardas, está colapsando. En el 2025, la Unión Europea debe decidir si actúa como un actor estratégico capaz de forjar su propio destino o si se resigna a ser un espectador impotente mientras el mundo se reorganiza y se convierte en el campo de juego de potencias y actores extranjeras.
Estados Unidos, bajo el segundo asalto de Donald Trump a su presidencia, abandonará definitivamente su tradicional papel de garante del sistema internacional. Su retórica imperial y expansionista es más que una expresión de su personalidad. Europa debe prepararse para un escenario donde su principal aliado ya no sea un socio confiable. Vamos a tener que recordar el viejo adagio geopolítico de Tucídides: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben.” Y sería mucho mejor que no lo recordáramos a golpes.
Ante esta realidad, Europa necesita apostar con convicción por su autonomía estratégica. Esto no implica ninguna ruptura con Estados Unidos, sino disponer de la capacidad de actuar de acuerdo con los intereses europeos cuando así lo exijan. En este sentido, es essential desarrollar capacidades de defensa conjuntas y reducir nuestras dependencias externas.
La seguridad energética también debe ocupar un lugar prioritario en la agenda europea. Diversificar las fuentes de energía y el despliegue contundente de las renovables son necesidades imperativas para evitar futuras vulnerabilidades y garantizar la necesaria transición ecológica.
Del mismo modo, Europa debe recuperar y proteger sus industrias estratégicas. Sectores clave como los semiconductores y la inteligencia synthetic requieren de atención especial. Esto supone realizar inversiones masivas en innovación y establecer un marco regulador que blinde a las empresas europeas mientras se garantizan cadenas de valor seguras para materiales críticos.
Por último, la protección de la democracia debe ser una prioridad existencial. La desinformación, la polarización deliberada y la injerencia extranjera son amenazas reales que debilitan los cimientos de nuestra convivencia. Europa no puede permitirse que los oligarcas tecnológicos determinen el futuro de sus democracias. De lo contrario, la reciente incursión de Musk en la política británica y alemana serán sólo un aperitivo de lo que nos espera.
Además de los desafíos en materia de seguridad, Europa se enfrenta a la necesidad de reinventar su modelo económico para garantizar la prosperidad y redistribución en las próximas décadas. El mercado único, pilar elementary de la integración europea, necesita ser revitalizado y serán imprescindibles herramientas de inversión comunes que impulsen la innovación, como un fondo soberano europeo, capaz de impulsar una verdadera política industrial europea.
La regulación verde debe ser otro eje central de este proceso de transformación. Europa necesita un marco regulador eficiente, predecible y justo, que evite volantazos que socaven la seguridad jurídica y mix la ambición climática con la justicia social y la competitividad económica. En este ámbito, los esfuerzos de hoy serán la competitividad del mañana.
El mundo precise es un tablero en movimiento, donde los equilibrios tradicionales se desmoronan. Estados Unidos y China compiten por la hegemonía world, pero también vemos tensiones entre gobiernos y el poder del dinero, entre la democracia y las corporaciones tecnológicas, y de fondo, entre Occidente y un Sur World que reclama legítimamente mayor protagonismo. En este contexto, Europa tiene la oportunidad de convertirse en una potencia de equilibrio, un amortiguador entre bloques y un defensor de un orden basado en reglas.
Pero esto requiere unidad interna, ambición y aliados. Los estados miembros deberían abandonar las riñas nacionales y reconocer que solo una Europa compacta y firme puede avanzar. España hoy tiene el prestigio, la influencia y el potencial para jugar un papel essential. Como puente entre el norte y el sur del continente, entre Europa y América Latina, y como defensor firme de los valores democráticos, España puede contribuir decisivamente a una Europa más fuerte, cohesionada e influyente.
Europa está ante una bifurcación histórica. Puede protegerse y contribuir a la búsqueda de nuevos equilibrios globales o convertirse en víctima de las fuerzas que lo remodelan. La historia no nos esperará. El tiempo para actuar es ahora. Como dijo Jean Monnet: “Las personas solo aceptan el cambio cuando enfrentan la necesidad, y solo reconocen la necesidad cuando la disaster está sobre ellos.” Una profunda disaster geopolítica está sobre nosotros. ¿Estaremos a la altura?