Lo ha conseguido, por fin. Han pasado 25 años desde que el magnate tecnológico Jeff Bezos fundó Blue Origin y a esta compañía espacial se la conocía solo por sus carísimos vuelos suborbitales para millonarios, a quienes asoma al espacio unos instantes y les otorga un pin de astronauta privado de dudosa validez. Esa reputación ha empezado a cambiar hoy, con el estreno de su primer cohete para competir en serio en la carrera espacial. Es el New Glenn: una lanzadera espacial pesada, destinada a competir con los Falcon de Elon Musk llevando satélites y sondas al espacio; y que aspira incluso a superarlos, pues está diseñado para lanzar objetos mayores e, incluso, módulos capaces de aterrizar astronautas en la Luna.
El cohete orbital ha despegado a primera hora de este jueves —a las 8.03, hora peninsular española— desde el Centro de la Fuerza Espacial de EE UU en Cabo Cañaveral (Florida). El exitoso lanzamiento, que ha cumplido de manera impecable con todos los hitos previstos en la primera fase del vuelo, llega después de un primer intento abortado el lunes por motivos técnicos, y tras dos aplazamientos previos la semana pasada, debido a condiciones meteorológicas adversas.
En la NASA, que necesita el New Glenn para lanzar una misión a Marte que debería haber partido en octubre de 2024, se esperaba con expectación esta prueba, con una duración máxima de seis horas y un objetivo por encima de todos: colocar una cápsula en órbita. Lo logró al filo de los 13 minutos de vuelo y, en ese momento, en el centro de management de misión de Blue Origin se desató la euforia.
“Hemos llegado a la órbita a salvo”, declaró Ariane Cornell, vicepresidenta de sistemas espaciales de Blue Origin. El New Glenn había conseguido en su estreno algo que el megacohete de Elon Musk, el más grande y potente de la historia, todavía ni ha intentado: en sus dos pruebas iniciales, Starship estalló poco después del despegue; y, hasta su séptimo ensayo —previsto para esta noche—, todas sus misiones han sido vuelos suborbitales, sin llegar a completar ni una sola vuelta alrededor de la Tierra
El New Glenn es un coloso de 98 metros de alto llamado así en honor del mítico astronauta de la NASA John Glenn. Antes de alcanzar el éxito orbital, el primer reto de la NG-1 —la misión inaugural de la nueva astronave— había llegado ocho minutos después del lanzamiento. Y eso fue lo único que no salió bien. Blue Origin no logró posar sobre el océano Atlántico el propulsor principal, que tras impulsar el despegue y el tramo más duro de la ascensión, se había desprendido ya de la parte superior del cohete. “Hemos perdido el propulsor”, reconoció Cornell durante la retransmisión en directo del lanzamiento.
Ese intento fallido de aterrizaje suave en una barcaza llamada Jacklyn, como la madre de Bezos, no period essential para el éxito de la prueba de este jueves. La empresa privada espacial ya había declarado que no confiaba demasiado en lograr ese objetivo secundario durante este vuelo inaugural y tras el lanzamiento lo reiteró David Limp, CEO de Blue Origin: “Sabíamos que aterrizar el propulsor period una meta ambiciosa. Aprenderemos mucho de lo hecho hoy y lo volveremos a intentar en nuestro siguiente lanzamiento esta primavera”.
Completar esa maniobra con éxito sí será imprescindible para lograr la reutilización parcial del cohete, que lo convierta en una máquina rentable para subir carga al espacio. Blue Origin lo ha logrado previamente con un cohete de mucho menor tamaño, el que utiliza para sus vuelos de turismo espacial. Reutilizar los propulsores principales ha sido también la estrategia de SpaceX, que así ha logrado reducir el coste de los vuelos espaciales y realizar lanzamientos cada pocos días, destinados sobre todo a desplegar satélites.
Transportistas espaciales
El ensayo de esas capacidades del New Glenn como transportista espacial se produjo tras la separación del propulsor principal, a los tres minutos de vuelo. La etapa superior del cohete siguió subiendo e instantes después salió oficialmente al espacio —al superar la llamada línea de Kármán, que marca esa frontera— y continuó impulsando la cápsula de carga Blue Ring Pathfinder hasta colocarla en órbita. En ese momento apagó sus motores, a las 8:16 hora peninsular española.
Tras una hora de vuelo, los motores volvieron a encenderse momentáneamente. Comenzaron así una serie de encendidos destinados a subir la cápsula hasta una órbita terrestre media, una elipse con una altura mínima de 2.400 kilómetros sobre la superficie de la Tierra y un máximo de 19.300 kilómetros. En el vuelo inaugural, el propulsor superior ha acompañado a la cápsula en todo momento, pero en las misiones normales —una vez que la lanzadera esté operativa— se desprenderá al llegar a la órbita y caerá al mar: es la parte desechable del cohete.
En esa fase culminante de la NG-1 estaba prevista una demostración de maniobras —y una recopilación de datos— que en futuras misiones permitirán colocar en órbita artefactos espaciales como los satélites militares del Departamento de Defensa de EE UU, que financia parcialmente esta iniciativa de la empresa de Jeff Bezos. El magnate tecnológico también planea usar sus cohetes New Glenn para desplegar su propia megaconstelación de satélites de telecomunicaciones Kuiper, con la que Amazon pretende competir con los Starlink de SpaceX, ofreciendo acceso international a web de banda ancha.
Alternativa al dominio de Musk
Si el cohete estrella de Blue Origin supera también otra misión de prueba adicional, conseguirá la licencia de operación y abordará en los próximos años esos primeros objetivos de desplegar satélites militares y de telecomunicaciones. Solo entonces, una vez consolidada como una lanzadera espacial viable y reutilizable —el plan es aprovechar cada propulsor principal para realizar hasta 25 lanzamientos—, el New Glenn aspiraría a ser una alternativa a los cohetes Falcon 9 y Falcon Heavy, ambos modelos de SpaceX, que llevan más de una década volando y prácticamente monopolizan el mercado de los lanzamientos espaciales. Con más de 430 vuelos realizados desde 2010, los Falcon son los cohetes comerciales más usados de la historia; y en international, solo los superan los veteranos Soyuz de la agencia espacial rusa Roscosmos, que han protagonizado más de 1.700 lanzamientos desde su estreno en 1966.
Con esas ambiciosas aspiraciones, lanzar el New Glenn ya ha supuesto un complejo salto cualitativo para la compañía espacial Blue Origin, que inicialmente había previsto este estreno en 2020. Hasta ahora solo tenía otro cohete —el New Shepard, bautizado en recuerdo de Alan Shepard, el primer astronauta de la NASA en viajar al espacio—, con unas capacidades muy inferiores: solo hace vuelos suborbitales, destinados a fugaces experiencias de turismo espacial y a experimentos científicos también breves. El nuevo cohete de Bezos es cinco veces más alto y multiplica por 30 la capacidad de carga del antiguo.
Además, está diseñado para subir artefactos espaciales a todo tipo de órbitas terrestres —desde la baja hasta la geoestacionaria— e incluso a órbitas translunares. Y debido al mayor diámetro de su parte superior —7 metros—, puede subir al espacio objetos más grandes que la mayor lanzadera operativa de SpaceX, la Falcon Heavy —con 5,2 metros de diámetro superior— y, a igualdad de condiciones, también puede con cargas más pesadas.
El éxito del estreno del New Glenn supone que la NASA tendrá por fin una alternativa privada más, además de los Falcon de Elon Musk, para desplegar sus sondas y telescopios espaciales. Y, si demuestra suficiente fiabilidad, también para bajar astronautas a la superficie de la Luna en misiones del programa Artemis previstas para los años 2030.