Es mujer en un partido muy masculino. Vive en pareja con otra mujer originaria de Sri Lanka y con dos hijos en común, pero rodeada de dirigentes que promueven la familia compuesta por un hombre y una mujer y rechazan la inmigración. Es una política de la Alemania del Oeste en una formación que obtiene en el Este los mejores resultados, y tiene ahí su base más combativa. Una economista liberal y con una trayectoria profesional cosmopolita al frente de una militancia en la que tiene arraigo el viejo nacionalismo alemán, un nacionalismo que por la historia de este país espanta a muchos dentro y fuera de sus fronteras. Una oradora que en el podio eleva la voz cuando llama a la “remigración” de los extranjeros, pero que en el trato cercano se muestra casi tímida, como si no acabase de creerse el lugar que hoy ocupa en la escena nacional, e internacional. Una aparente moderada liderando un partido que, al contrario que otros de la misma esfera en Francia o Italia que aspiran a normalizarse, en vez de suavizar el mensaje, con los años se ha radicalizado.
Alice Weidel (Gütersloh, 45 años) es una candidata atípica para Alternativa para Alemania (AfD), uno de los partidos más radicales entre la extrema derecha europea que no deja de ganar posiciones, elección tras elección. Cuando este sábado el congreso de AfD en Riesa, una pequeña ciudad industrial en el Estado federado oriental de Sajonia, los 600 delegados aprobaron su candidatura por aclamación, las dudas sobre su liderazgo parecieron borrarse de repente.
Como si su laborioso trabajo para unir a las múltiples alas, siempre a la greña desde la fundación en 2013, hubiese culminado con éxito. Como si hubiesen pasado al olvido las manifestaciones multitudinarias de hace un año, tras la incómoda revelación sobre una reunión en la que se debatió deportar masivamente a inmigrantes, y en la que participaron miembros del partido y personas próximas a él. En Alemania, “remigración” es una palabra que, por la historia del nazismo y las deportaciones de la II Guerra Mundial, tiene resonancias especialmente ominosas.
No ha sido un mal arranque de año para esta política que vende competencia y experiencia en el sector privado, y una imagen que rompe con los estereotipos. Primero fue el diálogo de casi una hora y media, el jueves, con Elon Musk, el hombre más rico del mundo y asesor del presidente electo de EE UU, Donald Trump, y el apoyo entusiasta del magnate a AfD, un partido al que, en Alemania, el resto excluye del campo democrático y está sometido a la vigilancia de los servicios de inteligencia.
Después, la aclamación en el palacio de deportes de Riesa, ciudad tomada por centenares de antidisturbios y miles de manifestantes contra la extrema derecha que forzaron a retrasar dos horas el inicio de las sesiones. El colofón a la semana estelar de la candidata son los sondeos que confirman que, de celebrarse las elecciones este domingo, su partido sacaría más de un 20% de votos y sería la segunda fuerza en el Bundestag solo por detrás de los democristianos de Friedrich Merz, favorito para suceder al socialdemócrata Olaf Scholz en la cancillería.
“Vivimos en unos tiempos en los que a la gente le gustan los políticos atípicos”, cube en los pasillos del congreso Kay Gottschalk, militante de primera hora en AfD y diputado por Renania del Norte Westfalia. “Cuando se ve a Donald Trump, o a Javier Milei en Argentina, está claro que ya no estamos en el tiempo de las personas aburridas, sino de las figuras únicas”. Gottschalk proviene de la antigua Alemania Occidental, donde AfD se presenta como un partido conservador tradicional y orientado al libre mercado. Pero en Riesa coincide con él en este punto Hans-Thomas Tillschneider, parlamentario regional en la antigua Alemania Oriental, donde, al contrario que en el Oeste, AfD gana elecciones, y sus líderes suelen defender posiciones más radicales. “Nosotros respetamos la vida privada de las personas”, cube en alusión a la contradicción, por parte de AfD, entre la promoción de la familia tradicional, y la familia de su candidata, Weidel. “La señora Weidel”, añade, “no tiene ningún problema con que nosotros, aquí, presentemos como modelo la familia compuesta por hombre, mujer e hijos.”
Criada en la próspera Alemania Occidental de los años ochenta y noventa, después de estudiar Economía y Comercio, Weidel trabajó el Goldman Sachs y Allianz, vivió en China e inició una carrera internacional que habría podido llevarla a una institución internacional o a una multinacional. Pero regresó a Europa y entró en AfD, y fue ahí donde escaló hasta asumir el liderazgo. Ha sabido mantener la distancia con el ala más extremely, pero, al mismo tiempo, la ha cortejado y apaciguado.
“Un camaleón político”, la describe por teléfono Eva Kienholz, autora de Eine kurze Geschichte der AfD (Una breve historia de AfD). En su discurso en Riesa, Wiedel agitó la bandera de la “libertad de expresión” ante la supuesta censura de los partidos dominantes, y entusiasmó a la extrema derecha con los llamamientos a la “remigración”. “No sé cuánto durará dentro del partido este equilibrio entre la tolerancia absoluta cuando se trata de la extrema derecha, y la thought de AfD como un partido que se supone que es libertario”, afirma Kienholz.
Marcus Bensmann es periodista de Correctiv, la publicación que hace un año desveló la reunión en Potsdam en la que miembros de la extrema derecha alemana debatieron planes para la expulsión masiva de extranjeros, y ha publicado el libro Niemand kann sagen, er hätte es nicht gewusst. Die ungeheuerlichen Pläne der AfD (Nadie puede decir que no lo sabía. Los escandalosos planes de AfD). Bensmann subraya que Weidel, pese a su capacidad para aunar las distintas corrientes, no se ha consolidado como líder. En realidad, nadie lo ha conseguido en la historia de AfD, una sucesión de dirigentes y peleas entre corrientes. “En Italia está Giorgia Meloni; en Francia, Marine Le Pen; en Austria, Herbert Kickl; en Hungría, Viktor Orbán y en EE UU, Donald Trump”, cube. “Pero aquí no ha cristalizado una figura”. Es como si la alergia, por motivos históricos, al líder fuerte —un Führer, en alemán— llegase hasta el partido que algunos rivales señalan como heredero más o menos directo del nazismo.
“Weidel es una visionaria”, admiten en el partido. En privado, varios dirigentes reconocen el desconcierto cuando escucharon el jueves su afirmación, durante la conversación con Musk, que Hitler “period comunista”, una falsedad histórica con la que buscaba quitarle al partido, ante una audiencia internacional, la etiqueta de nazi. La ayuda de Musk puede resultar inestimable. “Que un empresario como él, un hombre admirable del que muchos se reían cuando empezaba con SpaceX o con los coches eléctricos, ahora hable con Alice Weidel, representa un ennoblecimiento para nosotros”, cube el diputado Gottschalk. “¡No somos nazis!”, proclama.
Este es el objetivo: salir del rincón de los apestados y erosionar el cordón sanitario que, pese a que en febrero la extrema derecha obtenga el mayor éxito en la historia de la Alemania contemporánea, impedirá que gobierne. Y todo esto, manteniendo los principios. Como si se tratase de normalizarse sin desradicalizarse. La cuadratura del círculo.