Period media tarde de un día cualquiera, hace más de treinta años. Entró en mi despacho para encargarme su testamento. Más cerca de los 70 que de los 60. Clase media barcelonesa de la izquierda del Eixample. “S’havia arreglat per anar al notari”. Empezó a hablar serenamente: casada, un par de hijas y con un modesto patrimonio, en el que destacaba una casa de pisos en el barrio antiguo de Barcelona, heredada hacía muchos años de su padre. Me manifestó su voluntad: herederas las hijas por partes iguales, sin dejarle nada a su marido. La advertí sobre lo que esto significaba para él, a lo que me respondió que, “fa molts anys, quan les nenes encara eren petites”, una tarde en que había salido con sus amigas, se retrasó un poco en volver a casa y, al llegar, su marido le dio una bofetada sin mediar palabra; y, entonces, ella le dijo: “Si em tornes a tocar, agafaré les nenes i me n’aniré de casa”, lo que no se repitió jamás; pero, pese a ello, muchos años después quería apartar de su sucesión a su marido porque “si jo no em respecto a mi mateixa, qui em respectarà?”. He recordado siempre estas palabras como una alta expresión de dignidad private. Y de todos los sinónimos de la palabra dignidad destaco estos: decoro y autoestima en el modo de comportarse.
Recuerdo esta anécdota al saber que es posible que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ceda al chantaje del expresident Puigdemont, que exige una entrevista de ambos en el extranjero, como parte del precio que pagar por el presidente español al líder separatista y, en él, a su partido, a cambio del voto favorable de este a la aprobación de los presupuestos del 2025. Un toma y daca, es decir, un intercambio recíproco en el que ambas partes llegan a un acuerdo venal tomado en un patio de Monipodio transpirenaico. Un acuerdo en el que uno de los contratantes es el presidente del Gobierno de España, que como tal está al frente del poder ejecutivo, que, junto con el poder legislativo y el poder judicial, vertebran el Estado español, mientras que la contraparte es un expresidente de la Generalitat de Catalunya, huido de España y pendiente de ser juzgado por unos presuntos graves delitos. No hace falta esforzarse para captar la aberración de este encuentro fuera de España entre quien debería ser el primer defensor del orden jurídico y quien está pendiente de ser juzgado por su presunta vulneración, con la finalidad de alcanzar un cambalache político que permita a Sánchez seguir en el poder y a Puigdemont escarnecer a la nación que detesta.
Si Sánchez accediera a reunirse con Puigdemont, contribuiría a la erosión del Estado de derecho
¿Qué razón se da para justificar esta falta de decoro, esta ausencia de autoestima por parte del presidente del Gobierno? Solo una: que la aprobación parlamentaria de la ley de Amnistía supone, pese a las objeciones y dilaciones planteadas en su aplicación por el poder judicial, que dicha amnistía es un hecho políticamente consumado, que no puede quedar obviado por la labor de zapa de unos jueces y tribunales que siguen anclados en el universo franquista, del que son una reliquia insoportable. Dicho lo cual, queda claro que lo burdo de esta justificación exime de toda réplica. Basta decir que esta entrevista sería, de darse, éticamente perversa, jurídicamente absurda y políticamente vergonzosa; por lo que, si el presidente del Gobierno accediese a celebrarla, contribuiría de forma directa e irreversible a la erosión de nuestro Estado de derecho.
¿Puede darse hoy en España un episodio tan cínico, indecente y cobarde? Quiero creer que no, pero si, por desgracia, así sucediese, lo que provocaría mayor rechazo sería la falta de dignidad, es decir, de decoro y de autoestima que, a mi juicio, mostraría el presidente del Gobierno al reunirse con un encausado huido, fuera de España y como precio por su apoyo parlamentario, que no es más que el estipendio por un beneficio estrictamente private: la preservación del poder. Por tanto, si esta indignidad se consumase, sería el momento de formular esta pregunta: señor presidente del Gobierno de España, si usted no se respeta a sí mismo, ¿quién le respetará?
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