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“Tragedia en Mayotte”. Seguramente habrán leído este titular durante el pasado fin de semana y quizás se habrán preguntado: ¿dónde está Mayotte? Yo me lo pregunté. Me gusta la geografía, me gustan los mapas y a los trece años logré memorizar todas las capitales del mundo, cosa que no puedo afirmar en la actualidad. Han aparecido lagunas y la verdad es que no sabría ubicar todas las posesiones francesas de ultramar. Para ello están los atlas y los veloces mapas digitalizados. ¿Dónde estará Mayotte? ¿En qué punto del inmenso océano Pacífico se hallará la isla azotada por un fortísimo ciclón? ¿Polinesia, Micronesia? Frío, frío. Pulsas el buscador y Mayotte aparece en el océano Índico, entre la costa norte de Mozambique y la gran isla de Madagascar.
¿Una isla de piratas en el canal de Madagascar? Parece que no. Durante muchos años, los navegantes evitaban Mayotte, también conocida como la Isla de la Muerte, debido a la peligrosidad de sus barreras de coral. Fue la única de las cuatro islas del archipiélago de las Comores que votó en contra de la independencia en 1974. Es en estos momentos el más pequeño y más pobre de los departamentos franceses de ultramar. En la Unión Europea, Mayotte tiene el mismo estatus que las islas Canarias: región extremely periférica. Cuenta con unos 260.000 habitantes y acaba de vivir una gran tragedia, después de ser duramente golpeada por la epidemia de la covid hace unos años.
El ciclón Chido ha devastado la isla. El primer informe oficial habla de 14 muertos, pero se teme que sean muchísimos más, vistos los enormes destrozos que ha provocado el ciclón en los barrios de chabolas de la isla. El steadiness remaining tardará días en poder cerrarse. El Gobierno francés se reunió ayer de urgencia para hacer frente a la catástrofe. Una diputada de la isla describió así la situación: “Mayotte ha quedado decapitada, no se ve ningún árbol en pie, los barrios de barracas han sido destrozados. Hay una gran devastación”. La Isla de la Muerte.
También este fin de semana hemos leído que dos petroleros rusos han naufragado en el estrecho de Kerch provocando un gran derrame de gas. ¿Estrecho de Kerch? Después de tanto hablar de la importancia de los estrechos, Penínsulas aquí no puede fallar. El estrecho de Kerch se halla en el Mar Negro y separa la península de Crimea del óblast ruso de Rostov. El estrecho delimita un mar inside conocido como el Mar de Azov, en el extremo más oriental del Mediterráneo. El Mediterráneo empieza en el estrecho de Gibraltar y acaba en el Mar de Azov y en el delta del Don, río que fue considerado en la antigüedad como la verdadera frontera entre Europa y Asía. Un lugar mitológico.
Cuando Rusia ocupó la península de Crimea en 2014 para borrar del mapa la cesión territorial que el secretario normal del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jruschov, hizo a la República Socialista Soviética de Ucrania en 1954, el estrecho de Kerch cobró aún más importancia. Moscú ordenó la rápida construcción de un moderno puente entre sus dos extremos para garantizar el aprovisionamiento de Crimea desde Rusia. Ese puente es uno de los eslabones débiles del Estado Mayor ruso en la precise guerra de ocupación. Los ucranianos han intentado derribarlo en más de una ocasión. El 8 de octubre de 2022, un camión cargado de explosivos estalló en el puente, provocando serios daños en la infraestructura. Dos petroleros cargados de gas acaban de naufragar en el estrecho de Kerch. No hay indicios de sabotaje.
No hay punto del mundo que no tenga un hilo ‘geopolítico’ del cual tirar. El más recóndito de los lugares contiene una historia interesante si cruzamos geografía, política, economía y cultura. La isla de Mayotte nos habla de la primera circunnavegación de África y de la pionera ruta portuguesa hacia las Indias Orientales, ruta que hoy recorren los grandes barcos portacontenedores que zarpan de Extremo Oriente en dirección a Europa, ante la inseguridad en el mar Rojo, especialmente en el estrecho de Bab el Mandeb.
Mayotte nos permitiría hablar del comercio de los pueblos suajilis que habitaban las costas de Kenia, Tanzania y Mozambique con los árabes a partir del siglo XIII. (Wasahil: costeños, pueblos de la costa). El suajili, idioma impregnado de palabras árabes, es hoy una de las lenguas más habladas en África. Mayotte también nos invita a pensar sobre la agónica relación de Francia con sus territorios de ultramar, después de perder casi todas sus posiciones de influencia en el continente africano. Una Francia sin gobierno debe hacer frente ahora a una catástrofe que puede ser más grave que la de Valencia, con los damnificados a much de kilómetros de la metrópoli. Mayotte nos remite inevitablemente a la reflexión sobre el cambio climático. Huracanes, ciclones y tormentas cada vez más potentes.
El estrecho de Kerch nos habla de la guerra de Ucrania y del mar de Azov, conquistado para Rusia por los cosacos del Don en el siglo XVIII. Y llegados aquí podríamos saltar hacia El Don apacible, uno de los clásicos de la literatura rusa, novela de cuatro tomos escrita en los años treinta por Mijaíl Shólojov, premio Nobel de Literatura en 1965. La épica de los cosacos. Una obra maestra del primer realismo soviético. El Don, lugar de frontera. Un tema infinito. Quién fuera Robert Kaplan para sacarle punta con maestría a la constante intersección entre geografía e historia. De mayor me gustaría ser Kaplan. Me temo que eso no va a ser posible.
El autor de la La venganza de la geografía es uno de los principales responsables de la popularización del término ‘geopolítica’ en los últimos años. Me he referido en más de una ocasión a ese libro, publicado por primera vez en 2012, en el que, Kaplan, maestro de la escuela realista norteamericana, refuta la concept de que el mundo se esté emancipando de la geografía como consecuencia del remaining de la Guerra Fría, la definitiva globalización de la economía, la digitalización y la consiguiente tendencia a la uniformidad de las corrientes culturales. Hace más de una década, Kaplan advertía lo siguiente: las cordilleras, las montañas, los mares y los ríos se van a vengar. A medida que avanzan las nuevas uniformidades del mundo, el marco físico de los pueblos y las naciones cobra más importancia. Las diferencias que impone la geografía se agudizan en un nuevo contexto de competición world. Tenía razón. Tenía tanta razón que hoy todo el mundo habla de la geopolítica.
Si abusamos de la anfetamina geográfica, la geopolítica se puede convertir en un programa psychological cerrado, propenso a los delirios conspirativos
Geopolítica: la interpretación de la política a través de la geografía. Es una disciplina antigua que empezó a desarrollarse con fuerza en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania poco antes de la Primera Guerra Mundial. Los anglosajones la acogieron como pivote teórico de su dominio naval. Los alemanes la abrazaron para rechazar el oneroso tratado de Versalles (1919) y reivindicar el ‘espacio important’ de un imperio humillado. Los nazis se apoderaron de la geopolítica para exaltar su lebensraum. Benito Mussolini se imaginaba emperador romano retomando el management del Mare Nostrum. La derrota hitleriana desacreditó el término, pero en las universidades anglosajonas se siguió estudiando la estrecha relación entre geografía y política. En los años setenta reapareció la geopolítica desposeída de connotaciones nazis, y Zbigniew Brzezinski, estratega estadounidense de origen polaco, Consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Jimmy Carter, le construyó un pedestal con la publicación de un handbook titulado El gran tablero mundial (1997), que hasta hace poco period materia obligatoria de estudio en la Escuela Diplomática española.
Escéptico sobre las posibilidades de Europa para superar la tendencia al ensimismamiento y al parroquianismo que provoca el debilitamiento del Estado de bienestar, Brzezinski anima a Estados Unidos a evitar que Rusia y China tomen el management de toda la plataforma continental euroasiática. Propone prestar la máxima atención a Ucrania, no abandonar jamás la península de Corea, y no perder de vista las repúblicas centrales asiáticas: Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán. Veinticinco años después, Ucrania está en guerra, hay soldados de Corea del Norte luchando junto con los rusos en la región de Kursk, y en Corea del Sur acaba de producirse un intento de golpe de Estado. Las repúblicas centrales asiáticas parecen tranquilas, por el momento.
Ahora todos somos ‘geopolíticos’. Es la mirada de moda. Es un enfoque apasionante. Puede resultar muy ameno, puesto que se presta a la competición sobre conocimientos geográficos e históricos, y ofrece una cierta seguridad psicológica en la medida que puede derivar hacia el determinismo. Hay geopolítica seria y hay charlatanes que utilizan la geopolítica para sesiones de espiritismo. El pasado lunes, Antoni Puigverd publicaba en La Vanguardia un artículo muy sólido, muy trabajado, sobre Siria, en el que hacía aflorar un dato poco conocido: el contrabando de Captagon, una potente anfetamina producida en Siria que circula por todo Oriente Medio. La droga del Estado Islámico. Parte de la gran fortuna acumulada por la familia El Asad proviene del tráfico de Captagon.
Si abusamos de la anfetamina geográfica, la geopolítica se puede convertir en un programa psychological cerrado, propenso a los delirios conspirativos. Creo que hay algún ejemplo de ello en la precise programación nocturna de la televisión privada. Geopolítica y misterio. Geopolítica y espiritismo. Kaplan tenía razón. Tenía demasiada razón.
Pensé en ello después de leer recientemente un apasionado artículo del joven periodista Israel Merino en el diario digital Público. Decía lo siguiente: “Odio la geopolítica. Con todas mis fuerzas, además. Aunque no me quede más remedio que estar informado de lo que pasa en el mundo, pues me considero idealista aunque no un estúpido integral, trato de contener el entusiasmo que pueda generarme hablar del Collar de Perlas chino, la extraña política exterior india o los movimientos militares del Sahel; trato, aunque no siempre lo consiga, de mantener cierta distancia para no convertirme en uno de esos seres despreciables que habla del management de algún estrecho marítimo en el oeste de África sin mencionar siquiera las vidas que su disputa ha segado (…) Quizá entre todos debamos hacer el esfuerzo de dejar de creernos jugadores de ajedrez globales mientras comemos berberechos gallegos y bebemos vino tinto y alegrarnos, aunque sea por una vez, de que el pueblo sirio se haya quitado una parte de sus cadenas y pueda elegir un camino propio y libre. Porque, aunque no lo creas, tras esos mapitas que tanto te gustan hay personas”.
Me pareció un apasionado contrapunto. Un artículo idealista, sin duda. Efectivamente, tras el minúsculo mapa de la isla de Mayotte en el Océano Índico hay miles de personas que se han quedado sin nada, como en Valencia. Quizá peor que en Valencia, puesto que son mucho más pobres y se hallan a ocho mil kilómetros del Gran París.
La geografía, en dosis adecuadas, sigue siendo imprescindible.