Una célebre foto, tomada por Louis Monier en 1977 en una de las plazas más bonitas del Barrio Latino, muestra en París a tres grandes intelectuales del siglo XX, cuya influencia se prolonga hasta nuestro tiempo: el filósofo Emil Cioran, el historiador de las religiones y novelista Mircea Eliade y el dramaturgo Eugène Ionesco. Los dos primeros tenían entonces un secreto muy oscuro que ocultar: su simpatía por el fascismo rumano durante los años treinta y cuarenta, su antisemitismo y su apoyo intelectual a un régimen responsable del asesinato de decenas de miles de judíos. El tercero, el inventor del teatro del absurdo, de origen judío, sobrevivió a la guerra y pasó el resto de su vida en Francia. Fueron muy amigos en su juventud, pero la relación quedó tocada para siempre por el pasado de Cioran y Eliade.
La ensayista francesa Alexandra Laignel-Lavastine, experta en Europa Oriental, dedicó un apasionante ensayo a los protagonistas de aquella foto, Cioran, Eliade, Ionesco. L’oubli du fascisme (PUF, 2002). Su título, “El olvido del fascismo”, resuena hoy con fuerza en esta Europa del siglo XXI en la que tantos partidos —y no solo de ultraderecha— tratan de ocultar, rebajar, manipular lo que los grandes totalitarismos del siglo XX representaron para el mundo: pérdida complete de libertades, muerte, violencia, destrucción… “El apoyo del filósofo”, escribe en referencia a Cioran, “a la Guardia de Hierro, una de las formaciones de extrema derecha más violentas y antisemitas de los años treinta, duró hasta el principio de 1941″. Eliade también mantuvo su apoyo a este movimiento fascista cuando había mostrado totalmente su verdadero rostro.
A partir de 1945, ambos reinventaron su pasado aunque, señala la historiadora, vivieron siempre con miedo a se revelara. Eliade, por ejemplo, se vio obligado a cancelar un viaje a Jerusalén en 1973 por su pasado antisemita; Saul Bellow fue criticado por inspirarse en él en la novela Ravelstein y, aunque de manera muy colateral, su nombre tuvo una relación remota con el asesinato nunca aclarado de un profesor rumano en el campus de la universidad de Chicago en 1991 —el periodista Ted Anton escribió un libro apasionante sobre aquello, prologado por Umberto Eco, El caso del profesor Culianu (Siruela)—. Siempre se dijo que nunca ganó el Nobel por su pasado fascista.
Lo horrible de esta historia es que Cioran y Eliade son dos intelectuales que siguen siendo muy influyentes, reeditados y leídos y, sin embargo, se dejaron seducir por la Guardia de Hierro, una organización tan violenta y salvaje que fue desmantelada por el propio régimen después del pogromo de Bucarest de enero de 1941. “Ionesco lo subrayó varias veces: el fascismo europeo en la época de entreguerras fue una invención de los intelectuales”, escribió Alexandra Laignel-Lavastine, que explica que una de sus obras más célebres, El rinoceronte, narraba la historia de un contagio ideológico inspirado por sus amigos atraídos por mal absoluto.
La Guardia de Hierro ha vuelto a la actualidad porque el candidato a la presidencia de Rumania, Calin Georgescu, un admirador de Putin que ha sacudido la política de este país, ha defendido varias veces a esta organización fascista. Y no es el único dirigente de la derecha que ha tratado de blanquear los totalitarismos de los años treinta, como el fallido candidato a la presidencia de Francia Éric Zémmour, que llegó a decir que Vichy había salvado a los judíos franceses cuando contribuyó a su exterminación. En España, se ha escuchado en el Congreso a un dirigente de Vox sostener que la posguerra fue un periodo de paz y reconciliación; la ofensiva para blanquear el franquismo es cada vez más intensa, no solo entre los políticos de la derecha, sino entre historiadores y escritores; y dirigentes del PP, de Feijóo a Díaz Ayuso, han protestado porque se vayan a conmemorar (¡qué escándalo!) los 50 años de la muerte de Franco. Todo esto no habla del pasado, sino del presente, porque el debate ya no está en si va a volver el fascismo, eso es un hecho, sino en la forma que tomará.
En 2004, el Estado rumano encargó una investigación sobre el Holocausto en este país, que dejó claro que no fue una cosa de los nazis, sino que la participación rumana fue muy intensa en las matanzas. El prólogo lo escribió el escritor de origen rumano, superviviente de Auschwitz y premio Nobel de la Paz Elie Wiesel y señalaba lo siguiente: “Lo que es cierto para los individuos también lo es para las comunidades. Los recuerdos reprimidos son peligrosos porque, al aflorar, pueden destruir lo sano, rebajar lo noble, socavar lo elevado. Una nación o una persona pueden encontrar varias formas de enfrentarse a su pasado, pero ninguna de ignorarlo. ¿Por qué tantos ciudadanos traicionaron a la humanidad, a la suya y a la nuestra, eligiendo perseguir, atormentar y asesinar a hombres, mujeres y niños indefensos e inocentes?”. En estos tiempos oscuros, las reflexiones de Wiesel son muy pertinentes y la historia de aquellos intelectuales seducidos por el mal más inquietante que nunca.
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