Un vallado metálico custodia un aparente descampado a las afueras de Aguilar de Campoo (Palencia, 6.900 habitantes). Dentro, dos contenedores de obra. Al fondo, balsas de agua y lonas. Por allí trasiega Jesús Torres, Kechu, el arqueólogo gracias al cual ha emergido en esa parcela un establecimiento romano del siglo I, tiempos de expansión del Imperio por la Península. Es el yacimiento de Huerta Varona, donde se concentran restos de una piscina, una possible sauna, un espacio de masaje y “sacos de ostras”. Los hallazgos y materiales apuntan a esa fase primigenia del mando del emperador Trajano, con un conjunto inédito en España y con poco parangón internacional. Todo pese a los escasos recursos con los que ha contado el excavador, con pobre apoyo público y pequeñas aportaciones privadas, además de sortear la amenaza de los expoliadores.
Las recientes tormentas han empantanado parte del espacio, muestra asimismo de la destreza de los constructores al preparar canalizaciones y desagües, aún útiles 2.000 años después. Torres se multiplica con una manguera de bombeo para extraer agua, y enseña las protecciones destrozadas por el viento, que cubren áreas especialmente delicadas de este asentamiento hispanorromano y un mosaico tapado por area. “Bienvenidos a la pequeña Venecia”, saluda. “Es una zona arqueológica muy caliente y se descubrió por los expolios de los años ochenta″, explica el especialista. De ahí el nombre: eran unas huertas donde aparecían vestigios antiquísimos. Torres sospecha que muchos residentes de los alrededores poseen trozos de este legado y que ciertos saltos de nivel de vida pueden deberse a la venta o tráfico de monedas, adornos o piezas de especial valor. El arqueólogo palentino enseña restos de vidrio, la cabeza de un clavo y bloques de materiales de construcción como ladrillos, tejas, protecciones de canales, partes de columnas e incluso un bloque con extraños circulitos sobre la arcilla. “Son tachuelas de caliga [calzado] de la puntera de una bota”, precisa el investigador, cuyas conclusiones y conocimientos le permiten reconstruir el desarrollo de este basamento y su tipo de vida. Los opus signinum, hormigón de ladrillo o teja mezclado con cal, constituyeron “caminos” entre los departamentos.
“Probablemente, fuese una población y no solo una villa por la extensión que ha marcado el georradar”, destaca, pues algunas voces apuntaban a una mera villa de un romano pudiente. Había buen nivel de vida, asegura al pie de una piscina, excavada con mimo por el técnico Javier Atienza, “no para nadar, sino para bañarse”: la superficie que la rodea —round y sin esquinas para no acumular roña— acredita que allí se juntaba gente para hablar e higienizarse. Al lado, el hueco del horno donde se quemaba madera y, mediante los conductos aún perceptibles, el aire caldeaba el agua. Otra construcción se considera un sudario, una sala para sudar y eliminar toxinas. A continuación, otro espacio para la depilación y eliminar “liendres, piojos y parásitos”. En el basurero, “sacos de ostras” traídas del mar Cantábrico en barriles de agua marina, todo un desafío entonces. El arqueólogo añade que hallazgos como un ungüentario, trasladados estos al Museo de Palencia por su valor, acreditan que allí residieron romanos procedentes de la hoy Inglaterra, pues en el British Museum se custodian elementos similares: “Podía ser también lugar de retiro para jefes militares a quienes se agradecían así su servicio, quizá en las guerras contra los cántabros”.
El arqueólogo señala que lugares similares apenas se han encontrado en Roma y Pompeya (Italia), con algún yacimiento relativamente parecido en Tarragona o Zaragoza, pero sin este estado de conservación. Él asumió la dirección hace varios años y lidia con la escasez de recursos y el desinterés de las Administraciones. Las circunstancias económicas, con un presupuesto de apenas 30.000 euros anuales entre el Ayuntamiento de Aguilar de Campoo (PSOE) y la Diputación (PP), acarrean que Torres solo pueda intervenir durante unos meses, en verano, con otros arqueólogos a quienes contrata y algunos voluntarios o jóvenes estudiantes. El resto del año, tapado. De la Junta de Castilla y León (PP) poco saben más allá del permiso de excavación. La piscina, descubierta hace dos años, sufrió la acción de los vándalos o ladrones: “Hay vecinos que vigilan un poco, pero hay gente que entra con gafas de visión nocturna”. A ello se suman las lluvias, nieves y heladas, que agrietan o dañan los vestigios una vez se sacan a la luz. El equipo de arqueólogos interviene durante unas cuatro semanas veraniegas a pie de yacimiento, 12 horas diarias, y durante otras cuatro semanas analiza lo hallado. Podrían ir más rápido, admite el responsable, pero los medios son escasos y él prefiere ir con cautela.
Jesús Torres sueña con un “laboratorio estable”. De paso, cuando tenga recursos, un circuito de videovigilancia contra los malhechores. También querría ayudas para los investigadores en forma de apoyo para la residencia durante los periodos de labor, pues con Huerta Varona “a Aguilar de Campoo se le ha aparecido la Virgen”, cube, un descubrimiento que anticipa unos 1.000 años la constitución de esta población campurriana. “Hay que invertir en excavar y proteger, las ruinas no son solo turismo, debe tener rentabilidad social”, afirma. “Todos los años hago una jornada de puertas abiertas para que los vecinos aprendan qué es esto y para qué sirven sus impuestos; en la última ocasión vinieron 172″. El invierno acecha y los días duran poco, señal de fin de temporada. Ahora, a extender lonas, rezar para que la lluvia no inunde el yacimiento y que los expoliadores no den guerra al legado romano.
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